jueves, 4 de diciembre de 2008

¿De quién intenta escapar?

¿De qué o de quién huía Berta en su pesadilla?
No recuerda cual era el motivo que la impulsaba a correr desesperadamente, la amenaza que a punto estaba de alcanzarla. Corría descalza por las avenidas de una ciudad antigua, por amplios bulevares flanqueados por edificios de piedra de gigantescas proporciones. Recuerda haber doblado cien esquinas diferentes y siempre, daba igual en qué dirección se girara, todas las calles acababan finalizando en la misma gran pirámide. Tampoco olvida la luz intensa que saturaba todo el sueño, los rayos de un sol demasiado cercano.
Pero, ¿de quién intentaba escapar?
En la penumbra de su dormitorio, Berta aún sigue con el corazón acelerado, los ecos del agobio todavía golpean dentro de su pecho. Y es que todo parecía real, tan real como que ahora está tumbada en su cama. Por eso le resulta tan extraño no recordar cuál era el peligro. Tal vez su cerebro esté censurando dicha información, pero entonces, ¿cómo te puedes fiar de un órgano semejante, que hace lo que le viene en gana? De hecho, ¿puede estar segura de que realmente se encuentra tumbada en su cama?
Berta extiende el brazo y tantea sobre la mesilla hasta encontrar su teléfono móvil. Efectivamente, el aparato está justo en el sitio donde debía estar, lo cual es un alivio. El display reacciona a su tacto expulsando un agradable resplandor fosforescente.
Aún no son las cinco de la mañana, todavía faltan un par de horas para que suene el despertador.

¿No tienes sueño?
La voz de su amante ha sonado demasiado cercana. No se la esperaba. Por un momento hubiera jurado que esa noche estaba durmiendo sola.
En voz muy baja, Berta le dice al hombre que ha tenido una pesadilla. Pero él ya se ha dado la vuelta, así que sólo obtiene por respuesta la respiración pesada que precede a un ronquido.
Sí, está sola.

Las pesadillas le dan sed. Ha llegado el momento de reunir suficiente voluntad como para levantarse. Al pisar el suelo de baldosas nota como el frío muerde las plantas de sus pies.
Sale de la habitación y avanza por el pasillo, tanteando con las manos las paredes, con cuidado de no hacer ningún ruido. No quiere despertar a su hijo. Al chaval últimamente parece molestarle cualquier cosa, siempre contesta enfadado, vive en un estado continuo de irritación. Problemas de adolescente. Berta intenta esmerarse cada día para que las cosas funcionen bien, para que fluya la comunicación entre ellos, pero no siempre lo consigue. Quizás ya sea tarde para eso.
Ha llegado a la cocina y está a punto de abrir la nevera para sacar una botella de agua. Pero sabe que si lo hace la pesadilla continuará.
Simplemente, lo sabe.

Berta se asoma a la ventana de la cocina.
La ciudad está dormida aún, no hay tráfico, el tiempo parece congelado. Pero ahí abajo, en la plaza, hay una anciana rebuscando en un contenedor de basura.
La anciana se detiene y por un instante mira en dirección al edificio que tiene a su derecha, como si hubiera intuido una mirada, como si tuviera la certeza de que alguien la vigila desde una de esas ventanas. Pero allí no ve a nadie, todas las luces están apagadas.
Se da la vuelta y sigue revolviendo la basura, sacando desperdicios más allá de la nube de vaho que escapa por su boca desdentada. Hoy va a encontrar un tesoro, está segura. Su esperanza se rebela contra la injusticia de estar pasando tanto frío. Esta noche gélida le va a traer, sin duda, lo que más desea en la vida.
Al romper una de las bolsas de basura, encuentra en su interior la careta de plástico de un conejo feliz. Se la pone y sonríe debajo de la sonrisa del conejo. Es capaz de imaginarse su aspecto divertido.
Pero en la bolsa parece que hay algo más, también hay una caja de metal.
Es una caja rectangular. Tiene que agarrarla con ambas manos porque pesa demasiado, al menos para una anciana con cara de conejo feliz. En la tapa metálica hay un grabado, lo puede ver bien si lo inclina hacia la luz de una farola cercana. El grabado muestra la figura de una mujer que corre descalza en dirección a una pirámide, bajo los rayos de un gran sol que ocupaba toda la esquina superior derecha.
La anciana se arrodilla, apoya la caja en el suelo y hace fuerza con las uñas para abrirla. La tapa cede y del interior escapa un débil resplandor fosforescente. Dentro hay un gusano de luz, una pequeña luciérnaga que dobla tiernamente su abdomen luminoso…
¿Qué va a pasar cuando la anciana saque la lengua por el agujero de la boca de la careta de conejo y ponga allí la luciérnaga y se la trague?

Berta está a punto de abrir la puerta de la nevera.
Lo hace.

El sol cae a plomo sobre la ciudad de piedra. Berta abre los ojos y sus pupilas tardan unos segundos en adaptarse a semejante baño de luz. Mira a su alrededor.
Edificios imponentes en ruinas forman un círculo. Está sola, en el centro de una plaza inmensa. Está sola y sin embargo tiene la sensación de que algo ó alguien aparecerá muy pronto, y eso es lo que le da tanto miedo.
Así pues, echa a correr, corre por una gran avenida. Sus pies descalzos a veces pisan guijarros pero ella no siente dolor alguno, porque sólo hay una idea en su cerebro: escapar. Al final de la avenida puede ver la imponente figura de una gran pirámide. Hacia allí se dirige.
Extenuada, se detiene para recuperar fuerzas y es en ese preciso instante cuando se da media vuelta y mira hacia atrás. Entonces lo ve. Ahora sabe por fin cuál es la amenaza.
Una persona con cara de conejo la está persiguiendo.

jueves, 20 de noviembre de 2008

El mito de la dimensión Pi


Necesitamos historias. El bombardeo incesante de relatos que sufrimos desde nuestra infancia ha creado monstruos perfectos. Ahora ya no somos capaces de construir significados a partir de una simple imagen, parece que siempre necesitemos que algo más ocurra.
Cuando tenemos sed, nuestro cerebro no recrea la imagen de un simple vaso de agua, automáticamente construye un relato donde nuestros respectivos referentes se combinan ad hoc. Yo, por ejemplo, antes de ir a la nevera a por agua, siempre me imagino a mi héroe favorito, Eloim, el protagonista del juego Héroes de la dimensión Pi, arrastrándose por las ardientes arenas del planeta Tatuine. Después de fallecer su camallo por la picadura de una bicha venenosa, alcanza la cima de una gran duna tras la cual divisa un oasis en donde habita una comunidad de berebuinos nadadores.
Los relatos intentan revitalizar nuestras existencias anodinas, hasta enmascarar el sentimiento de hastío al que, de manera natural, debería conducirnos la banalidad de nuestros trabajos. Pero conmigo no lo consiguen, porque ya me harto de tantas historias y tengo muy claro que todo es una estrategia controlada por los poderes. ¿No os habéis dado cuenta de que los productos que consumimos siempre tienen una historia detrás? Los cereales de mi desayuno han sido elaborados a partir de la eclosión de un volcán de chocolate que inundó campos enteros de cultivo hasta que al fin Willie, el camionero de los cereales, los trajo hasta mi supermercado. Mis zapatos se van por la noche a recorrer la ciudad, ellos solos, y mantienen sensuales relaciones con otros zapatos de tacón de la misma marca, porque el confort, a los zapatos, les hace libres…
El Gobierno es la gran Sherezade. Nos engatusa utilizando todos los medios de comunicación a su alcance para distorsionar por completo la realidad. Los políticos ya no nos informan de las cuentas del estado, es más, mencionar ante la opinión pública una sola cifra, les castigaría sin duda alguna en las urnas. Por lo tanto se dedican a convocar ruedas de prensa para narrar historias perfectamente construidas que al fin y al cabo es lo que demanda la mayoría de los ciudadanos. Son historias estandarizadas, elaboradas por las oficinas de la sociedad general de autores del estado. Aborrezco a esos putos escritores funcionarios y a sus relatos tan correctos con puntos-de-giro-calculados-al-milímetro-para-activar-la-transformación-del-protagonista.
Al mediodía, el presidente se ha dirigido a la nación para contarnos esta bonita historia: María Teresa, la niña de familia humilde que gracias a la nueva ley de educación un día llegará a obtener un cargo importante en el gobierno popular.

- ¿No vais a inscribir a la niña en las clases de educación religiosa?- nos dice la vecina de al lado.
- Lo hemos pensando, pero ya sabes, mi marido es un poco cabezón.- contesta Sara, mi mujer, mirándome de reojo.
- Pues creo que deberíais hacerlo. Acuérdate de María Teresa.

Por la noche tengo una discusión con Sara acerca de lo de la educación de nuestra hija. Y todo por culpa de la jodida vecina. Le digo que no quiero que engañen a mi niña contándole macabras historias acerca de un individuo judío al que clavan en una cruz de madera. Le digo que precisamente fueron las religiones las primeras que inventaron el arte de la narrativa para el adoctrinamiento de imbéciles. Le digo que no todos somos iguales, que no todos necesitamos que nos cuenten fábulas para ser mejores personas.
Sara se queda mirándome con cara alucinada…
Para que me entienda, le cuento que un día el héroe Eloim escapará de la dimensión Pi, donde le tienen recluido los Amos del Universo y entonces verá como es el mundo real. En el mundo real no hay historias, nadie cuenta relatos, los hombres viven sus vidas sin ejemplarizar, viven, se reproducen y mueren libres. Punto. Las manzanas que nos comemos no tienen ninguna historia real, tan sólo son frutos colgados de una rama. Le cuento que tras haber visto la realidad, Eloim regresará a la dimensión Pi para rescatar a sus compañeros de cautiverio y… y que, por desgracia, ninguno le creerá, al menos si no les cuenta una historia acerca de cómo es el mundo real sin historias…
No sé, me siento muy confuso. Creo que no sé explicarme del todo.
Sara me da un beso en la frente y después me trae un vaso de agua. Yo se lo agradezco de veras.
Supongo que he tenido un mal día.
- ¿Por qué no te vas a la cama con la niña y le cuentas un cuento? Te está esperando.
Subo a la habitación de la niña y allí está, metida en su cama, esperándome con el libro entre sus bracitos. Esta noche quiere que le lea el cuento de “El patito feo”. Si no lo hago se va a enfadar conmigo.
Por suerte se queda dormida antes de llegar al final. Apago la luz y antes de marcharme miro por la ventana. Veo casi toda la ciudad entera desde aquí, más de diez mil edificios. Y dentro de ellos, millones de personas, todos esperando el momento oportuno para convertirse en personajes.
Eso es, quizás el problema no sean las historias, la cuestión es que YO debo convertirme en el protagonista de MI relato.
Sí, eso va a ser.

martes, 18 de noviembre de 2008

Futuro tóxico

Una mujer y un hombre caminan por una avenida solitaria. A cuatro metros de altura, por encima de sus cabezas, cuelgan palabras escritas con serpentinas de luz: Paz en la Tierra, Feliz Año... Una capa de niebla del mismo color que las palabras desciende sobre ellos delimitando el mundo visible. Sus pasos rebotan contra paredes de edificios ocultos y es como si una copia de ellos mismos caminara por una calle paralela.
En los márgenes del paseo hay pilas de cartón bajo las cuales, seguramente, yacen hombres oscuros y semicongelados. Amenazas.
El hombre está alerta, va mirando de reojo los cartones, vigila. A cada paso se va arrimando más a la mujer, hasta que al fin la toma del brazo en un gesto protector.
-Mucho mejor- dice ella, y se inclina sutilmente hacia él, pero sin sacar las manos de los bolsillos del abrigo.
Un gato negro se cruza por delante de ellos.
Ambos se acaban de conocer, hace menos de una hora, poco antes de salir de la fiesta de fin de año. El hombre se comprometió a acompañarla a casa porque un amigo común se lo ha pedido. Por lo tanto siente que, en cierto modo, ha adquirido una responsabilidad y a pesar de llevar en la sangre un amplio surtido de sustancias estimulantes -todas ellas consumidas durante la fiesta-, mantiene con orgullo su roll de caballero protector. Está seguro de que nada malo ocurrirá en esta noche oscura, porque no va a cortarse a la hora de golpear con todas sus fuerzas a cualquiera que se acerque a ellos. Sacudirá al intruso antes de que pueda articular palabra y echarán a correr… si a ella se lo permiten los tacones. O mejor, reducirá al delincuente y cuando ya le tenga en el suelo con el brazo retorcido y la nariz chorreando sangre, pedirá a la chica que utilice su teléfono para llamar a la policía.
Si no ocurre nada antes de llegar a su portal, tal vez ella le invite a subir a tomar algo. Sería una buena manera de comenzar el año, todo un triunfo. Observará los títulos de sus libros en la estantería del salón como si le importaran y tal vez elija él mismo algún disco adecuado para dar un toque de ambiente. Ella regresará de la cocina con dos vasos con hielo y una botella, encenderá unas velas y le servirá una copa. En cuanto les haga efecto la pastilla, ya le estará bajando la cremallera del vestido.
¿De qué color es su vestido? No lo recuerda porque a decir verdad no se ha fijado en ella en toda la noche. Había decenas de mujeres bailando en la fiesta, todas cubiertas de elegantes telas, entrando y saliendo de un túnel de humo y láser mientras 40.000 watios de música sincronizaban sus corazones…
Feliz noche.
Fóllatela.

A cuatro metros por encima de sus cabezas se pierde el último cartel luminoso. Giran a la izquierda y toman una calle más estrecha, esta vez iluminada por una estrella de cinco puntas.
- Estamos llegando- dice la mujer.
- Tengo sed- dice el hombre.
Un gato negro se cruza por delante de ellos.
La mujer se inclina hacia él hasta posar la cabeza en su hombro. Y sonríe.
Ha pasado la noche entera entrando y saliendo del túnel de humo y láser, ignorando las miradas que hombres y mujeres lanzaban a sus curvas perfectamente ajustadas bajo el vestido de terciopelo rojo, bailando como una posesa, sintiendo en su vientre vacío los golpes generados por los potentes subwoofers del equipo de sonido. No fue difícil encontrar un hombre que la acompañara a casa al finalizar la fiesta, bastó con preguntar a algún conocido.
Cuando lleguen al portal, le invitará a subir. Seguro que al principio le costará adaptarse a una casa sin muebles, pero está claro que enseguida accederá a tumbarse sobre la alfombra. Después verán juntos el amanecer y reirán observando como el sapo Aleister intenta respirar dentro de un preservativo, deformando el espacio de látex como un niño deforme atrapado dentro de una placenta tóxica.
Casi han llegado. Al doblar la última esquina ya no quedan palabras, ni estrellas brillantes que iluminen el callejón.
El año acaba de empezar y delante de ellos tan solo está la niebla y un largo futuro juntos.

jueves, 6 de noviembre de 2008

¡El travelling, por Dios, el travelling!


Un sexo depilado que no parece estar lo suficientemente húmedo como para ser acariciado por ese dedo de uña tan larga y bien recortada, pintada con laca blanca. El zoom de la cámara que retrocede reduciendo el sexo para que aparezca el resto de Tatiana ofreciendo su producto. Tatiana perfectamente desnuda, las piernas en forma de M, sobre una cama con un edredón azul estampado con 101 dálmatas adorables, un rollo de papel higiénico, un peluche y un icono de la Virgen sobre la mesilla. Tatiana lleva un auricular y un micrófono de diadema y está hablando con alguien, pero no con Luigi que tiene 15 años y una contraseña para entrar en ciertas páginas web. Luigi, que está frente al ordenador, con sus espinillas alteradas, sentado en una butaca giratoria en la postura del piloto de helicópteros. La página de Tatiana está memorizada en primera posición de Mis Favoritos y basta con un clic para que ella se manifieste. Luigi está más enamorado de Tatiana que de cualquier chica de su instituto, la realidad es una amenaza para él. En poco tiempo una ola de calor sacude su cuerpo y sus mejillas se sonrojan a punto de perder el control del helicóptero. Si ésta no fuera una de tantas veces, no se habría olvidado de cerrar bien la puerta de la habitación. Su madre que se asoma y ve el respaldo del asiento, y un movimiento constante de su hijo que no deja lugar a dudas, sobre todo ante la imagen de Tatiana desnuda en la pantalla. La madre no dice nada porque está más avergonzada que ofendida y por nada del mundo quisiera que su hijo la sorprendiera en el acto de mirar como se masturba. Se marcha al salón, evitando hacer ruido con sus pasos, pisando el entarimado como si avanzara por una delgada capa de hielo, pensando que quizás haya un momento adecuado para hablar con Luigi acerca de lo sucedido, tal vez el fin de semana ó durante los próximos años ó en su lecho de muerte. La madre se llama Berta y se sienta junto al ventanal del salón para contemplar una ciudad desesperante, que debería proporcionar mucho más de lo que ofrece. Una ciudad del siglo pasado en la que los vagones del metro pasan a la altura de las ventanas y el aire transporta partículas cancerígenas de CO2 y un aroma a hierro candente. Un pasajero observa la cara pensativa de Berta tras el cristal de la ventana del vagón y si afinara muy bien la vista hasta podría llegar a ver el resplandor del monitor en la habitación de Luigi, al fondo del pasillo. El pasajero va pensando en algo referente a la memoria y la cara absorta de esa mujer resulta ser una coincidencia metafórica y subliminal, tal vez el reflejo de su propia desolación. El pasajero se llama Tomás y va a visitar a su padre recluido en una residencia, pero aún no tiene conciencia de que se ha pasado un par de estaciones. Tomás lleva un periódico de tirada gratuita sobre las piernas y en la portada se ve a un joven con una raqueta en la mano y debajo un titular: COLAPSO. Al parecer, el tenista, cuyo nombre es Máximo, no fue capaz de sacar la última bola, la definitiva, la que le daba la victoria en la final de Wimbledon. Se desconocen los motivos que provocaron que nunca llegara a ejecutar dicho saque. Ha sido internado en un hospital, está sedado y permanece en observación. La mujer que vigila las constantes vitales de Máximo es la enfermera-jefe del turno de la mañana y se llama Gladis, aunque en esencia no es una mujer, pero esto último es un secreto estrictamente guardado. Gladis toma nota del pulso del chico y siente lástima. Coge su mano derecha -en la izquierda aún sigue aferrada la match-ball- y se la pasa por su propio rostro imaginando que recibe una caricia de él, compartiendo su compasión y su necesidad con el joven sedado, Máximo, con un cerebro en hibernación al que esperan cientos de periodistas para informar a todo un país y a todo el mundo sobre las causas de la pérdida de conciencia de su ídolo y así, reconstruir una historia a base de titulares sobre la desgracia humana, palabras mayúsculas al fin y al cabo, que le encumbrarán aún más que si hubiese ganado ese partido. Uno de esos periodistas se ha disfrazado de enfermero y ha burlado los controles del hospital. Ahora se está asomando a la puerta de la habitación y sorprende a Gladis acariciándose con la mano del tenista. Saca la foto perfecta. Gladis mañana formará parte de una portada junto al ídolo que ocupa el mismísimo centro de la actualidad. Sus secretos pronto estarán disponibles para el consumo comunitario. El periodista que ha hecho la foto se llama Marcelino y casualmente es el hermano menor de Berta, tío de Luigi. Marcelino sale del hospital ocultando su cámara bajo el disfraz de enfermero y atraviesa el parking con una expresión victoriosa porque sabe que la fotografía que transporta es el golpe de suerte que necesitaba para, no solo no ser despedido de la redacción de esa mierda de periódico gratuito, sino que puede ser la credencial definitiva para ser fichado por El País. Está tan ensimismado construyendo un cuento de la lechera, en el que se concatenan una serie de eventos que irremisiblemente le llevan al éxito, que no repara en una motocicleta de alta cilindrada que se le acerca por detrás. El conductor intenta arrebatarle la cámara de un tirón y Marcelino no la suelta, siendo arrastrado por el cemento antideslizante del parking durante más de cincuenta metros, hasta que sale despedido y empotra su cabeza en el cristal de la ventanilla de un coche Audi A5, perteneciente al director del hospital. El conductor de la moto se da a la fuga con la cámara, escapa a toda velocidad atravesando avenidas llenas de coches. Acelera porque ha visto un coche de policía a la salida del parking y, sin duda, también se han percatado de como el periodista se empotraba contra el A5. Le persiguen, porque puede escuchar la sirena aullando tras él y es una gran putada porque la moto es robada, bueno, en realidad se la ha cogido a su padre, al cual no le gustará para nada verse involucrado en un problema con la policía, un asunto tal vez insignificante pero que podría sacar a la luz, si alguien sabe tirar bien del hilo, su red de prostitución de menores rusos en páginas web. Así que el motorista, que se llama Boris, acelera más y más y huye atravesando la ciudad, perseguido por un par de lecheras que se han unido a la fiesta -vete a tú a saber de dónde han salido-, saltándose semáforos y direcciones prohibidas hasta llegar a una calle que ha sido cortada por el rodaje de una película llamada “La mariposa y el filósofo”. Ante la imposibilidad de avanzar, Boris deja tirada la moto y continúa a pié. En plena fuga, para no enmarronarse más, lanza la maldita cámara de fotos junto a unos hierros que hay tirados en el suelo. Dichos hierros no son unos hierros cualquiera sino los raíles de un travelling, indispensables para la escena que se está rodando de la película anteriormente citada y provocará que las ruedas del vagón donde va la cámara de cine se atasquen –reventando la cámara de fotos- y el director de la película, que se llama Darren Aronofsky, grite como un poseso enloquecido: El travelling, ¡por Dios!, el travelling ¿Qué está pasando con el puto travelling? (aunque eso lo gritará en inglés) y acto seguido, informado de que todo se debe a un problema técnico relacionado con un objeto que ha obstruido los raíles, se retire a su caravana, visiblemente enfadado porque su largo plano secuencia se ha ido a la mierda de nuevo y hasta se llegue a plantear los motivos por los cuales aceptó trabajar en una coproducción y si no sería mejor cambiar el título de la película por algo así como “Perdidos en el caos”.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Relato de amor hiperberebere

Mi amor: me encantaron los diecisiete amaneceres que ayer contemplamos juntos.
Vuelve pronto ¿quieres?
Cuando tú no estás, la Soyuz-1 me parece inmensa.

martes, 4 de noviembre de 2008

Metamorfosis de una teoría (1)

Un filósofo chino pasó toda su vida sin saber a ciencia cierta si era un filósofo que soñaba con una mariposa ó acaso una mariposa que soñaba con ser el filósofo que soñaba que la mariposa agitaba sus alas en Pekín y provocaba una onírica tormenta sobre el propio filósofo chino en lo que podríamos llamar metamorfosis ideal de las teorías basadas en mariposas que sueñan con filósofos chinos que sin remedio acaban mojados y/o camino del psiquiátrico.

miércoles, 29 de octubre de 2008

El Kalahari

Dejó que sus ojos resbalaran por el contorno de la axila de Nora. Las dunas parecían vírgenes, totalmente lisas gracias a la crema protectora de los vientos. Tan solo el color de la arena de la piel y el color del cielo aplanando el espacio íntimo. Una voz omnisciente decía: en el desierto del Kalahari, la extrema temperatura puede doblegar las más férreas voluntades. Pensó que el desierto también podría reblandecer la percepción ó hacer que el tiempo se derritiera como un reloj surrealista.
Se arrastró por el vientre de ella en busca de un oasis, resbalando por los espejismos de un terreno curvo, sediento. Sin duda sería más viable encontrar agua en el sur, en un lugar donde brotara de las profundidades de la tierra.
Nora estiró los músculos y se fue despertando suavemente. Después subió el volumen del sonido del desierto. La punta de su lengua en el mando a distancia.
El paraíso no era más que un documental de la 2. A la hora de la siesta, el Kalahari y sus amables susurros, la voz cálida del locutor y los atardeceres de la pantalla de plasma coloreando sus cuerpos, cubriéndolos de paz y deseo.

lunes, 20 de octubre de 2008

Construyendo Europa


Estábamos en lo más alto, soldando vigas estructurales de acero, Elvis Lenin y yo. Construíamos el mayor edificio de Europa, éramos pura vanguardia.
Levanté la visera de mi casco y soplé ligeramente hasta que el rojo vivo se fue apagando. Después envié un silbido a Elvis y le hice la seña de almorzar. Recogí nuestras mochilas mientras él fijaba su eslinga de seguridad al cable guía y caminaba por la viga hacia mí con las manos en los bolsillos. Una gaviota que nos andaba vigilando desde el amanecer le seguía como si también fuera la hora de su almuerzo.
A los dos nos gustaba almorzar sentados en la viga, con nuestras piernas balanceándose. Él sacó una tartera con una plasta amarilla dentro, una especialidad andina de las suyas. Mi mujer me había puesto una lata de mejillones en la mochila, pero había olvidado incluir un abrelatas.
-Déjame tu Leatherman, please.
Elvis Lenin me pasó la herramienta pero no nos pusimos lo bastante de acuerdo y cayó al vacío. 240 gramos de aluminio anodizado, desde casi 300 metros de altura.
-Joder.
-Lo siento Elvis, te compraré otra.
-Lo peor es si le pega a alguien.
Ambos nos quedamos en silencio, buscando inútilmente un objeto que caía sobre la tierra. Por un instante tuve la visión de una persona con una herramienta empotrada en su cabeza.

La sombra de un avión recorrió la ciudad, una cruz desenfocada.
-¿Qué es lo peor que te ha pasado en la vida?- La pregunta me salió de repente, no sé muy bien por qué. Elvis Lenin permaneció un rato en silencio, supongo que buscando palabras justas.
-Cuando era niño, allí en La Paz, en mi barrio… a mi hermano mayor le comió la cara un perro.
No quise preguntar por más detalles, hay cosas que no resultan nada agradables de recordar. Miré la lata de mejillones cerrada y me acordé de mi mujer. Esa tarde nos habíamos propuesto ir al cine.
-¿Y a usted?- preguntó Elvis.
- En una ocasión estuve veinte días encerrado en una habitación vacía. Sólo tenía una bombilla siempre encendida y un gran espejo en una pared. Pasé tanto tiempo mirándome a mí mismo que llegué a pensar que éramos dos personas diferentes.
Seguimos los dos mirando al vacío. Una ráfaga de viento nos empujaba por la espalda. La gaviota se sacudió las plumas con un temblor, después emprendió el vuelo.

Elvis Lenin y yo, anclados a la viga de acero, construyendo el edificio más alto de Europa.

jueves, 16 de octubre de 2008

Personajes de ficción sobrevolando Madrid


Soy un personaje de ficción.
Lo supe mientras hacía el amor con Ada. Cuando estaba a punto de correrse, se puso la almohada en la cara y pronunció el nombre de otra persona. Por eso la maté. Siendo una ficción podía tomarme ese tipo de licencias.
Después de envolver su cuerpo en sábanas lo saqué al balcón. Me subí a la barandilla de un salto, fue bastante fácil a pesar de que el cadáver pesaba lo suyo. Luego salté y ambos volamos sobre la noche de Madrid como ángeles exploradores. Nos asomamos a las ventanas de los edificios más altos y vimos a gente durmiendo con los ojos abiertos, parecía que de alguna manera nos estuvieran esperando, quizás para confirmar que soñaban.
Cuando Ada está muerta prefiere que sea yo quien lleve la iniciativa así que tomé la decisión de ir a visitar al alcalde. Gallardón dormía solo, al menos esa noche. Se extrañó un poco al vernos, pero lo entendió todo cuando le dije que yo era una ficción. Es un tipo bastante inteligente cuando quiere. Lo que no me gustó demasiado fue la cara que puso cuando Ada le comentó su admiración por el arte de los soterramientos, quiero decir, que me pareció que de alguna manera estaba intentando ligar con ella. Por eso le maté, aunque después de estrangularle con el cable del reloj-despertador me arrepentí de no haberle practicado antes una trepanación. En el fondo me cae bien, por eso le voto.
Ada y yo nos marchamos de su casa y fuimos al centro. Jugamos al escondite con las estatuas de los reyes de la Plaza de Oriente y escuchamos una ópera para fantasmas sentados en la fila 13 del Teatro Real -me emocionan estas paradojas-.
Esa noche éramos como dos niños descubriendo la bondad de una nevera llena.
Buscamos sensaciones desconocidas en un par de after-hours donde Ada perdió las sábanas bailando y cuando ya volvíamos a casa en el metro os aseguro que iba un poco colocado. Me dio cierta vergüenza la manera con que todos esos trabajadores sudamericanos, africanos y ecuatorianos nos miraban. Supongo que sentían cierta envidia por no ser personajes de ficción, por tener que cumplir con un horario tan estricto y tan real, lejos de sus verdaderos hogares. Ada le dio el pecho a un senegalés y la leche contrastó con el tono de su piel.
Volvimos a la cama muy cansados. Antes de acostarnos de nuevo le dije a Ada que se gastara todo nuestro dinero en acciones de Lehman Brothers.
Mañana, cariño, ahora estoy muerta, dijo antes de quedarse frita.

viernes, 10 de octubre de 2008

Periodo minimalista


- Lo peor no es el disfraz de Picachu.
- ¿No?
- No. Lo que realmente me resulta extraño es tu elección.
- ¿Qué le pasa?
- No es apropiada.
- ¿No le gusta la música clásica?
- Si, pero esa no es la cuestión.
- Y, ¿cual es la cuestión?
- Que esto es un casting para Factor X.
- ¿Y?
- Que es sólo para música pop.
- Bueno…, lo mío es una versión muy pop.
- Ya, pero “El Mesías” de Haendel, no es una canción.
- ¿No?
- No…y además tiene partes orquestales y coros.
- Ya… también los hago, los tarareo.
- ¿Los tarareas?… muy bien. Sabes que si te dejo que la cantes, nos partiremos de risa y saldrás en todos los programas de zapping como el tío más friki. Eso es los que pretendes, ¿verdad?
- No, solo quiero triunfar en el mundo de la canción y que se me respete como artista.
- Ya, y te has vestido así, ¿para que se te respete?
- Me gusta Picachu, representa a ese espíritu de la contradicción inherente a todo buen artista. Es el complemento perfecto para cantar “El Mesías”. Trabajo para que los mitos clásicos pisen la Tierra y que se instalen en los seres de goma espuma de la cultura popular para reescribir los Grandes Temas de la Humanidad. Soy muy pop.
- Vale, vale…allá tú. Cántalo, anda, canta “El Mesías”.
- …
- … …
- … … …
- … … … … ¿y bien?
- He cambiado de opinión.
- ¿Qué te pasa ahora?
- Voy a cantar otra cosa.
- ¿Me estás tomando el pelo? Mira, hay más gente esperando, más de 500 solo para esta mañana. Tienes a los de producción, a los de sonido, a los peluqueros, al realizador, a los cámaras y hasta a la gente de catering…, todos pendientes de que comiences a cantar tu jodido “Mesías”. No puedes cambiar ahora de canción.
- Lo siento… estoy pasando por un periodo minimalista. No sería honesto.
- Minimalista... mira tío, canta lo que te dé la gana pero hazlo ya, por favor ¿quieres?
- Está bien. Voy a interpretar, para todos ustedes: el tema de John Cage, 4:33 .
- … …
- … … …
- … … … … … … … … … … … … … … ………………….......................................

jueves, 9 de octubre de 2008

Amor a los números

Hoy es mi cumpleaños.
Hace mil doscientos noventa y dos millones novecientos setenta y seis mil segundos que nací. Pero eso no es nada, comparado con los segundos contenidos en los cuatro mil quinientos millones de años de historia sobre la Tierra. Y mucho menos al lado de los trece mil setecientos millones de años de edad del Universo.
Calcular la vida en segundos es tan inútil como buscarte un grano en la espalda sin usar las manos o un espejo. La cifra resultante, por su extensión, siempre estará condenada al fracaso. Porque cuando la nombras, cambia. Por lo tanto, mi edad está regida por un Principio de Indeterminación digno del más justo encogimiento de hombros.
Hay otra cosa importante: la niebla provocada por una cifra tan larga, oculta la realidad. Hoy cumplo mil doscientos noventa y dos millones, novecientos setenta y seis mil cuatrocientos veinte segundos. ¿Es mucho ó es poco…?
Marcaré el seis, cero, siete, seis, ocho, dos, seis, nueve, siete, tres; tu número de teléfono.
Para contarte lo de mi amor por los números.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Metapublicidad

Mi nombre es Alejandro Fortuny y soy el nuevo presidente de la Federación de Empresarios Arruinados (FEA). Les hablo en el nombre de todas estas personas que posan junto a mí. Son los doce mil setecientos asociados a nuestra federación, acompañados por sus respectivas familias y amigos y numerosas personalidades del mundo de la cultura, el espectáculo y la política, que manteniendo el anonimato ocultos entre toda esta multitud, quieren solidarizarse con nuestra causa.
Ante todo nos disculpamos por ocupar un pequeño espacio de su tiempo.
Como ustedes saben, debido a la saturación informativa a la cual han sido expuestos durante los últimos tiempos, se está produciendo una respuesta condicionada de auténtico rechazo a los mensajes publicitarios en el cerebro del consumidor. Es lo que algunos expertos denominan Síndrome de Falta de Atención por Sobreestimulación, más conocido vulgarmente como Zapping Mental.
Es por ello que, sin trucos, sin ningún tipo de melodía pegadiza, sin mensajes subliminales, sin la utilización de símbolos eróticos ni impactantes imágenes sobre paraísos en los cuales todos quisiéramos habitar, sin caras conocidas fácilmente asociables al éxito, sin alusiones que equiparen el consumo del Producto a cualquiera de sus posibles adiciones o sus más bajos instintos, sin insertar ninguna imagen de marca en una esquina de sus ficciones favoritas… queremos implorarle:
CONSUMA PUBLICIDAD
Les ruego que disculpen este torpe slogan y continúen leyendo ahora el relato que tenían entre manos.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Máximo ó el punto final (¿Primera parte?)


6-4; 7-5; 5-4.
40 a nada y sirves para ganar el partido.
Estás a un paso de culminar el mayor sueño, a punto de alcanzar La Gloria, ese estado de autorrealización pública que te colocará en un peldaño por encima de todos los demás, que te consagrará para siempre, alzándote al Olimpo de los cromos infantiles y los beneficios superiores al millón de euros, sin contar derechos publicitarios. Rozas con la punta de los dedos tu leit motiv, el objetivo que has perseguido desde siempre, durante toda tu vida, desde que eras un renacuajo y tenías que usar las dos manos para levantar la raqueta del suelo.
Elije la mejor pelota, la que aparenta tener mayor presión y menor desgaste, para que alcance la más alta velocidad en el saque. Va a ser la bola definitiva, un auténtico cometa recorriendo el espacio hasta la cancha del contrario. Puedes desechar todas las demás, puedes dejarlas rodar por la pista para que el recogepelotas haga su trabajo.

Ahí viene, ¿recuerdas cuando tú lo hacías? No habías cumplido los doce y otro tenista consagrado te hizo el mismo gesto que tú acabas de hacer ahora, guiñarte un ojo como diciéndote a ti y sólo a ti: el partido es nuestro. Acabas de completar un ciclo con este gesto, con esa aptitud de los dioses benignos.
Posiciona tus pies junto a la línea y bota la bola. Al otro lado de la red, tu rival parece tan acabado que ya ni siquiera se balancea para mantener sus reflejos alerta. Tan solo está agachado ligeramente, flexionando las rodillas y apoyando el aro de la raqueta en su mano izquierda en una pose de rigor, para mantener su dignidad derrotada ante las 15.000 personas que llenan la pista central. Ya no hay esperanza para él.
¿Dónde la vas a colocar?, ¿buscarás un saque directo a la cruceta ó más abierto y liftado? La segunda opción te dará la oportunidad de conseguir un tanto más vistoso. Vamos allá.

Alguien grita tu nombre justo en el momento en que vas a lanzar al aire la pelota, y te detienes. El juez de silla pide silencio y se escucha un murmullo, los comentarios caóticos del público. Es natural, están deseando explotar de alegría, se han entregado durante casi dos horas a tu juego y su tensión ha creado un campo de energía, un subconsciente colectivo que te ha empujado al éxito provocando resonancias positivas en cada célula de tus músculos. Están esperando que sacrifiques al rival, se lo debes.
Mientras recuperas la posición de saque, el realizador de televisión ofrece planos explícitos del cantante famoso, de la modelo famosa, del presidente del gobierno presto a posar junto a tu éxito para compartirlo, del príncipe y la princesa justificando su imagen con sus manos entrelazadas, de tu madre, de tu padre, de tu abuelo medio dormido y del propio tenista que un día te guiñó un ojo. Todos están ahí, pero también millones de personas más, lejanas entidades con tazas de café en sus manos, en sus casas ó en un bar, que han compartido tu esfuerzo sin sudar una gota, pero sumando energía. Seres anónimos que jamás alcanzarán esa Gloria que tu acaricias pero que al menos la intuirán reflejada en tu llanto victorioso, porque el olor está formado por moléculas que el aire arrebata de un manjar y las transporta hasta las narices más hambrientas en un bello gesto democrático. Millones de personas en sus hogares, sin nombre y sin embargo cuantificadas de manera misteriosa por las insondables empresas que datan el share. Todos están esperando, esperando a que saques, ya.

Y entre todo ese gentío estoy yo, pero en otro plano -dudo mucho que se me pueda contabilizar-, y desde este plano, del cual no voy a hablar por el momento, sé exactamente lo que está pasando ahora mismo por tu cabeza. Sé bien lo que está ocurriendo ahí dentro, mientras tu rival le hace señas al juez de silla y protesta porque estás tardando demasiado y el público le increpa por agarrarse a un clavo ardiendo y se escuchan nuevos murmullos y el juez te amonesta verbalmente y tú ni le miras, porque sigues manteniendo esa posición de saque que ya comienza a perder su cualidad estética porque está congelada en un contexto que exige ante todo acción. Realmente tu pensamiento está en otro lado y no es el sabor de una magdalena, que también podría ser, lo que te ha conducido a un exilio temporal del momento presente, el desencadenante, el punto de giro es una imagen que se acaba de colar en tu cerebro, como un virus informático.

La imagen corresponde a un rostro lejano, casi olvidado hasta hoy, casi, la cara de luna llena de un chaval obeso, la expresión medio imbécil de un niño que comenzó a jugar al tenis contigo, la desgracia humana que un día se llamó Máximo, que un día fui yo.
El juez de silla le otorga un punto a tu rival, 40-15 y tú ni te inmutas, sigues en la misma posición de piedra. La gente espera a que saques y comienzas a crearles inquietud, ansiedad… El realizador no sabe si pasar a publicidad, ¿para cuándo el final?, ¿qué está pasando?, ¿que coño hace ese tío?... el juez de pista detiene el partido y solicita los servicios de un médico de la federación internacional para que examine tu pasmo in situ... publicidad, ostias, vamos a publicidad, ya...

lunes, 22 de septiembre de 2008

Esperanza


Forma parte de sus rutinas diarias: levantarse, ir a la ducha, preparar el desayuno, revisar el estado de la arena del gato, revisar el estado de la batería y que haya suficiente espacio en el disco duro, tomar el desayuno, meter el grabador en la bolsita de tela bordada por ella misma que lleva siempre colgada a la cintura debajo del vestido... Se esconde el micrófono, se lo engancha con una pinza al sujetador, siempre con esmero para ocultar bien el cable, rodeando la cápsula con una bolita de algodón para evitar rozamientos. Usa ropas anchas, discretas.
Pulsa el botón REC justo en el momento en que cierra la puerta de casa.

REC y lo primero que queda registrado es el giro de la llave y los cerrojos anclados y a continuación sus pasos golpeando las múltiples paredes del descansillo.
El día está en marcha, los sonidos del metro son rugidos de un monstruo que penetra en el andén de la rutina y abre sus múltiples fauces, resoplando. Dentro, el vagón va cargado de sombras, la gente apenas habla a esas horas, tan solo ocasionales preguntas cortas, ¿va a salir en la próxima?, ó megafonías, próxima estación
En el trabajo, cada día aparenta ser el mismo día. Ella no es una persona demasiado popular, principalmente porque su aspecto físico no es muy agraciado. En realidad es una mujer fea, es muy fea, aunque de eso no tenga la culpa, pero ¿a quien le gusta verse acompañado de alguien tan feo? Siempre intenta encontrar alguna conversación digna en las pequeñas pausas para tomar café ó fumar un cigarro, aunque toda esa gente que allí trabaja, sus compañeros, no suelen tener nada realmente interesante de lo que hablar. Todo es superficial y leve, habitualmente comentarios acerca de los programas de televisión de la noche pasada, remakes oficinales. Ella no tiene televisor en casa -tampoco tiene espejos-, y nadie se imagina que pueda existir alguien así.
En secreto, cada frase ajena penetra por su escote hasta el micrófono y resbala cable abajo acoplándose en una esquina de la memoria del grabador.
Un par de veces a la semana va al gimnasio, y mientras corre por una apartada cinta sin fin, observa como las camisetas del resto de la gente se van empapando y por debajo de todo, debajo de las respiraciones intensas, debajo de las miradas, captura el ritmo de todas esas máquinas con sus cables de acero contrapesados que aspiran a convertirse en una amplia colección de loops industriales.
Otros días vuelve a casa caminando, adueñándose de cada uno de los sonidos de la ciudad, de las ambulancias y los semáforos con aviso para invidentes, de las bocinas protestando por la saturación de tráfico y los músicos callejeros, Albinoni, Bob Dylan ó “El cóndor pasa”, y una moneda que cae en el fondo de una funda de guitarra. Hasta las estatuas vivientes tienen su propio espectro sonoro.
Tal vez pare en alguna cafetería a la hora de la merienda para contemplar a otras mujeres mayores que ella absorber un batido de fresa por medio de una pajita.
Antes de abrir la puerta siempre pulsa el botón de STOP.

STOP.
Una noche más se hará una cena ligera, se quitará la ropa y desmontará todo su kit de espía. No tardará en irse a la cama. En la mesilla tiene unos auriculares y el grabador ahora pasará a funcionar en modo reproducción. Escuchará envuelta en sábanas de nuevo su propia vida, segundo a segundo, minuto a minuto, revisando lo no evidente, algo trascendental que tal vez le haya pasado desapercibido. Y si no se queda dormida antes, tal vez encuentre que por debajo de las imágenes hay otro mundo mucho más fascinante, un universo paralelo y oscuro donde la belleza es igual para todos y en el que alguien, en una lejanía apenas audible, pronuncia su nombre, llamándola, manifestándose como un brillo en la oscuridad.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Telepoesía cuántica




Toco tu boca de cristal, la toco aunque sé que no es bueno acercarse tanto a la pantalla debido al efecto de la radiación en los ojos. Primero con la punta de la nariz y luego con la frente, para así poder verte muy de cerca, en Alta Definición.
Te miro, de cerca te miro y te veo por dentro, y comienza ese juego de la deconstrucción bidimensional de tu rostro. Tan cerca, tu cutis está maquillado por una trama de píxeles RGB. Estallan en tus pupilas microvoltajes de temperatura azul.
Penetro en la trama y más allá del cristal aparece un cuervo. Un cuervo con alas lentas que en pleno vuelo deja una estela infinita y su batir de alas no es más que la retroalimentación de tu imagen en mis ojos. El cuervo desciende en picado, se hunde en el abismo electrónico de tu frente. Yo intento seguirle y aplasto mi cara contra el cristal-permanecerá allí días, la huella-, y entonces un latigazo de energía estática sacude mis labios y ese sabor es como el sabor de una ciudad a punto de ser sacudida por una tormenta, el sabor de tu saliva decodificada.
El aire que circunda las oquedades de nuestras bocas ha sido ionizado y ahora solo me falta entrar, apartando con mis brazos cada píxel. Estoy en el microuniverso de tu rostro, asentando normas para una telepoesía cuántica.
Y ahora, totalmente atomizado, al fin me rodeo de ti, escucho el eco de tus noticias pesimistas leídas en el teleprinter con deliciosa seguridad, cada tarde, a las 15.00 horas.
“El paso del huracán Ike se ha cobrado al menos 180 muertos”, dices.

jueves, 11 de septiembre de 2008

11 de septiembre del 2008

La noche anterior la había pasado celebrando un cumpleaños junto a un amigo, los dos solos en un bar, bebiendo y fumando y hablando hasta que cerraron. Después continuaron en otro bar, hasta que también cerró. Dejó al amigo en el portal de su casa, totalmente borracho, hablando de la soledad con palabras trabadas. No recordaba mucho más de la noche.
Al día siguiente se levantó con una terrible resaca, ya había pasado la hora de comer. Abrió una lata de Coca-Cola terapéutica y encendió el televisor. Justo en ese momento vio caer la primera torre.
El resto de la tarde descubrió muchas cosas que él no sabía hasta ese momento, pero continuamente tuvo la sensación de que todo lo que estaba ocurriendo no era real. Ante él batallaban realidad y ficción, las noticias tenían un aire poco verosimil, un estilo cercano al de una superproducción más y en su frente continuaba el dolor punzante, uno de los innumerables extremos de una gigantesca red involuntaria parecía cruzar justo por su sien.
Cuando vio desmayarse a la segunda torre, aún no había asimilado la realidad de la situación, como no la asimilas al día siguiente de romper con una pareja con la que mantienes una larga relación.
Y luego fueron pasando los años…

martes, 9 de septiembre de 2008

Discurso de un hombre para evitar una palabra


Supongo que más que arrepentirme por lo ocurrido, lo que siento es una relativa vergüenza por no haber utilizado esa única palabra que me callé, la que debí decir y no dije, aún sabiendo que las cosas hubieran funcionado mucho mejor con ese pequeño esfuerzo por mi parte que, supongo, ella requería de mí en aquel momento, allí, plantada ante la puerta con la maleta ya hecha, con su equipaje cargado de desilusión, prolongando el instante de su partida como si fuera el último minuto antes de finalizar un siglo, dándome la definitiva oportunidad para que yo le abriera mi corazón, para que me sincerase y pronunciara al fin la consabida palabra, la que ella quería o necesitaba escuchar, aunque fuera tan solo una manera simbólica para desbloquear mi orgullo, un término redentor, que confieso que podría haber sido realmente sencillo mencionar, y que de haberlo hecho, hubiera posibilitado un punto y seguido en nuestra relación. Pero de manera inexplicable, esa palabra, se quedó atravesada en mi garganta y reaccioné con un nuevo despliegue, con una de mis habituales verborreas cuajadas de expresiones ocurrentes, a todas luces inapropiada, pero bastante visceral, palabras encadenadas que fueron llenando el espacio del salón, frases irónicas que se transformaron en una bandada de ocas salvajes que giraba en círculo sobre nuestras cabezas, y mientras, yo observaba sus ojos y ella mis labios moviéndose, y nuestro espacio visual se cargaba de plumas desprendidas, y todo ese batir de alas, toda esa algarabía de escandalosos graznidos, acabó por enmascarar la verdadera intención de mi discurso, y ella no pudo apreciar, en definitiva, el trasfondo sincero y compungido que había más allá, al otro lado, ya no del significado literal de mis frases, sino más bien en lo que de verdad representaba todo este lastimoso comportamiento, el mío, motivado quizás por un miedo al fracaso, alejado de la realidad, supongo que para no tener que enfrentarme al estúpido hecho de pronunciar la palabra requerida, y ya digo que me hubiera sido relativamente fácil, pero ella, si hubiese llegado a intentar comprender, a esforzarse al menos un poquito, hubiera apreciado que estaba implícita en el interior de mi discurso, enterrada en él, como un diamante en el fondo de una cueva.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Las sombras



Ha escuchado de nuevo la frase, aquellas palabras que un día fueron arrojadas en un rincón del armario de su memoria como quien se olvida de su propia sombra. Está casi seguro de haberlas oído, muy cerca, susurradas tal vez por un fantasma a pocos centímetros de su oreja, cuando estaba a punto de hundirse en un sueño. Ha tenido que apartar ligeramente la cabeza de su mujer para incorporarse, desentumecer el cuerpo y de alguna forma autoconvencerse de que no ha sido ella quien la ha pronunciado en sueños. Ambos yacían en el sofá, enlazados frente al televisor, dormitando ante un late night en los instantes difusos que preceden a la ardua decisión de irse a la cama.
Se ha levantado y sin encender ninguna luz ha caminado por el pasillo que conduce al cuarto de baño, tanteando con las manos las paredes. Ha preferido orinar a oscuras y sentado, para no manchar la taza. Después ha evitado encontrarse con su silueta en el espejo.
De vuelta al salón, ha apagado la televisión y con el silencio su esposa se ha despertado. Despeinada, sujetándose al cuello su bata celeste, se ha puesto en pie y se ha encaminado hacia el dormitorio. Ha dicho: apaga ya la televisión, ¿quieres?, ó algo así.
Ahora el hombre está tumbado en la cama, en el techo tiemblan las sombras de las ramas de unos árboles del jardín. Es una forma abstracta y variable y dúctil que se puede transformar en cualquier cosa, en la imagen que dicten sus pensamientos, en el aula de Historia de una Universidad, en una playa a la que ambos fueron de excursión, en una habitación con un colchón en el suelo sobre una jarapa comprada en un Gran Bazar… El hombre medita sobre el recorrido de su vida y la intuye resbalando por el tiempo, con la inercia de una pastilla de jabón por una pista de hielo, un pasado veloz. Sabe que ya está todo hecho, que desde que los chicos se ha ido de casa tan sólo queda esperar, tan sólo resta flotar en ese estado de quimérica laxitud que trae consigo la jubilación. Le resulta curioso que en todo ese tiempo, por un descuido o más bien por una extraña indeterminación acerca de qué es “lo correcto” ó qué es lo “conveniente”, jamás hayan retomado, jamás hayan hecho un comentario acerca de aquella primera frase que ella pronunció la primera noche, junto al portal de la residencia de estudiantes, y que hoy, hace un rato, él ha vuelto a escuchar como si hubiera quedado flotando en el aire hasta el momento presente. La Frase.
Si me invitas a subir, te la chupo mientras te meto un dedo en el culo.
El hombre, por un instante, siente ganas de reír y de hecho lo hace, en silencio. Está tentado de despertar a su mujer y decir la frase en voz alta, aunque luego se imagina lo terrible que sería que ese bulto que yace a su lado bajo las sábanas, se diera en este preciso instante la vuelta y resultara no ser ella, sino otra mujer, una señora mayor, con otra cara muy diferente a la que él cree tener grabada en su cabeza.
Entonces siente un poco de miedo, pero luego, mientras se va quedando dormido, sufre una erección.

viernes, 22 de agosto de 2008

Los inicios

Hace mucho tiempo, cuando aún no existían las palabras, los sentimientos apenas se podían distinguir de las sensaciones físicas. La pérdida de un miembro de la tribu (o de la manada, aún), provocaba punzadas en el estómago similares a las de una indigestión por masticar alguna hierba tóxica. El rechazo de una hembra no era muy diferente a la frustración causada por volver a la cueva sin alimento alguno, y dicha frustración también tenía algo que ver con el frío. El éxito era bastante parecido a la sensación de comer. El concepto felicidad no se había desgajado del concepto placer, pues aún no se habían inventado los matices. Amar era abrazar, despiojar. Y otros términos como valor, compasión, prudencia, amabilidad, eran sensaciones huérfanas de sonido que apenas provocaban una ligera expansión de los pulmones.

Estamos en una apacible noche de verano. Moonwatcher ha salido de su cueva porque no consigue dormir, se siente pesado. Esta tarde, junto a otros cazadores de la tribu, lograron abatir un jabalí y ha cenado demasiada carne. Camina hasta la Roca de Vigilar. Lo hace casi erguido, con un perezoso balanceo de caderas y brazos. Desde allí, mientras orina al borde del precipicio, puede ver todo el valle iluminado por una inmensa luna. Las praderas duermen en paz. Se siente aliviado, sometido por la suave calma que flota en el ambiente, no se escucha apenas nada más que la melodía de un arroyo cercano y el canto de un búho. Moonwatcher se sienta en la Roca y comienza a emitir sonidos intentando imitar al ave. Si coloca sus labios en determinada posición y sopla, ese sonido se parece bastante. Si carraspea y traga un poco de saliva para aclarar su garganta, entonces la cosa mejora… El búho, a veces, parece contestarle.

Pero esta noche va a ocurrir algo diferente, un cambio. Dos esferas luminosas han aparecido de repente en el cielo, como si hubieran estado ocultas tras la luna. Se mueven veloces, trazando espirales, cruzándose varias veces en su recorrido. Pero en uno de esos cruces colisionan y se produce una explosión. Moonwatcher sale despedido por los aires varios metros más allá. Por unos instantes queda aturdido, en el suelo, con los ojos tapados y en posición fetal. Tiembla, tiene una sensación parecida a cuando se encontró atrapado entre un tigre y un león y ambos saltaron sobre él a la vez.
Después, durante un buen rato, tan solo silencio…
Cuando Moonwatcher se recupera del susto libera su mirada abriendo ligeramente los dedos. Y entonces lo ve. Hay algo o alguien flotando en el aire unos metros más arriba, parece la figura de un ángel, un extraterrestre ó una virgen (aún no se conocen diferencias entre estos seres). De la figura brota una luz dulce, acogedora. Moonwatcher lo contempla con la boca abierta, se siente tan fascinado como cuando vio la aurora boreal por primera vez. Agita su nariz en dirección al ser, y capta aromas de flores desconocidas para él.
El ser levanta sus largos brazos y extiende las palmas de sus manos hacia él. En cada palma aparece una boca. Las bocas se abren emitiendo al unísono un tono terriblemente agudo. Moon se tapa instintivamente las orejas, pero el chirrido no cesa. Cae al suelo de rodillas y un terrible dolor se clava en sus sienes. Hay un instante en que ese dolor rebasa un umbral y más allá de él su cuerpo se queda rígido, el cerebro se bloquea y los ojos se giran en blanco. Y entonces, sumido en un trance, Moonwatcher comienza a articular sonidos con su boca de mono. Estos sonidos son las primeras palabras que se pronuncian sobre el planeta. Y son palabras solemnes, un discurso alto y poderoso:

“Porpozec ciebie nie prosze dorzanin albo zyolpocz ciwego”

Y después el silencio vuelve a posarse sobre el planeta...
Moon Watcher cae desmayado sobre la piedra. Al despertar olvidará lo ocurrido, jamás volverá a hablar. Pero hay una frase que ya es un germen, un grupo de palabras se ha registrado en sus genes. Una mutación comienza a abrirse camino y con el tiempo generará una nueva visión del mundo.
El ser de luz decide irse, sabe que volverá a regresar en otro momento.