lunes, 22 de septiembre de 2008

Esperanza


Forma parte de sus rutinas diarias: levantarse, ir a la ducha, preparar el desayuno, revisar el estado de la arena del gato, revisar el estado de la batería y que haya suficiente espacio en el disco duro, tomar el desayuno, meter el grabador en la bolsita de tela bordada por ella misma que lleva siempre colgada a la cintura debajo del vestido... Se esconde el micrófono, se lo engancha con una pinza al sujetador, siempre con esmero para ocultar bien el cable, rodeando la cápsula con una bolita de algodón para evitar rozamientos. Usa ropas anchas, discretas.
Pulsa el botón REC justo en el momento en que cierra la puerta de casa.

REC y lo primero que queda registrado es el giro de la llave y los cerrojos anclados y a continuación sus pasos golpeando las múltiples paredes del descansillo.
El día está en marcha, los sonidos del metro son rugidos de un monstruo que penetra en el andén de la rutina y abre sus múltiples fauces, resoplando. Dentro, el vagón va cargado de sombras, la gente apenas habla a esas horas, tan solo ocasionales preguntas cortas, ¿va a salir en la próxima?, ó megafonías, próxima estación
En el trabajo, cada día aparenta ser el mismo día. Ella no es una persona demasiado popular, principalmente porque su aspecto físico no es muy agraciado. En realidad es una mujer fea, es muy fea, aunque de eso no tenga la culpa, pero ¿a quien le gusta verse acompañado de alguien tan feo? Siempre intenta encontrar alguna conversación digna en las pequeñas pausas para tomar café ó fumar un cigarro, aunque toda esa gente que allí trabaja, sus compañeros, no suelen tener nada realmente interesante de lo que hablar. Todo es superficial y leve, habitualmente comentarios acerca de los programas de televisión de la noche pasada, remakes oficinales. Ella no tiene televisor en casa -tampoco tiene espejos-, y nadie se imagina que pueda existir alguien así.
En secreto, cada frase ajena penetra por su escote hasta el micrófono y resbala cable abajo acoplándose en una esquina de la memoria del grabador.
Un par de veces a la semana va al gimnasio, y mientras corre por una apartada cinta sin fin, observa como las camisetas del resto de la gente se van empapando y por debajo de todo, debajo de las respiraciones intensas, debajo de las miradas, captura el ritmo de todas esas máquinas con sus cables de acero contrapesados que aspiran a convertirse en una amplia colección de loops industriales.
Otros días vuelve a casa caminando, adueñándose de cada uno de los sonidos de la ciudad, de las ambulancias y los semáforos con aviso para invidentes, de las bocinas protestando por la saturación de tráfico y los músicos callejeros, Albinoni, Bob Dylan ó “El cóndor pasa”, y una moneda que cae en el fondo de una funda de guitarra. Hasta las estatuas vivientes tienen su propio espectro sonoro.
Tal vez pare en alguna cafetería a la hora de la merienda para contemplar a otras mujeres mayores que ella absorber un batido de fresa por medio de una pajita.
Antes de abrir la puerta siempre pulsa el botón de STOP.

STOP.
Una noche más se hará una cena ligera, se quitará la ropa y desmontará todo su kit de espía. No tardará en irse a la cama. En la mesilla tiene unos auriculares y el grabador ahora pasará a funcionar en modo reproducción. Escuchará envuelta en sábanas de nuevo su propia vida, segundo a segundo, minuto a minuto, revisando lo no evidente, algo trascendental que tal vez le haya pasado desapercibido. Y si no se queda dormida antes, tal vez encuentre que por debajo de las imágenes hay otro mundo mucho más fascinante, un universo paralelo y oscuro donde la belleza es igual para todos y en el que alguien, en una lejanía apenas audible, pronuncia su nombre, llamándola, manifestándose como un brillo en la oscuridad.

4 comentarios:

Hongos dijo...

Esto es caviar del caro, querido Javier.

Hongos dijo...

Por cierto, échale un vistazo a este blog. De lo mejorcito de la red.
http://miguelnoguera.blogspot.com/

David García dijo...

Creo que conozco el origen de este relato. Siempre, siempre hay un plano de realidades paralelas con las que nunca nos cruzaremos, salvo que llevemos dispositivos ocultos que nos permitan captarlas. Me temo que el joven Javier esconde algo.

Javier Sales Melgarejo dijo...

Es cierto, compañero. Creo que en los tanatorios, el médico forense te pasa por un detector de metales para confirmar que no te llevas un grabador al otro mundo. Está prohibido hacer fotografías y registrar en cualquier formato el Transito...
Un saludo.