miércoles, 29 de octubre de 2008

El Kalahari

Dejó que sus ojos resbalaran por el contorno de la axila de Nora. Las dunas parecían vírgenes, totalmente lisas gracias a la crema protectora de los vientos. Tan solo el color de la arena de la piel y el color del cielo aplanando el espacio íntimo. Una voz omnisciente decía: en el desierto del Kalahari, la extrema temperatura puede doblegar las más férreas voluntades. Pensó que el desierto también podría reblandecer la percepción ó hacer que el tiempo se derritiera como un reloj surrealista.
Se arrastró por el vientre de ella en busca de un oasis, resbalando por los espejismos de un terreno curvo, sediento. Sin duda sería más viable encontrar agua en el sur, en un lugar donde brotara de las profundidades de la tierra.
Nora estiró los músculos y se fue despertando suavemente. Después subió el volumen del sonido del desierto. La punta de su lengua en el mando a distancia.
El paraíso no era más que un documental de la 2. A la hora de la siesta, el Kalahari y sus amables susurros, la voz cálida del locutor y los atardeceres de la pantalla de plasma coloreando sus cuerpos, cubriéndolos de paz y deseo.

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