jueves, 4 de septiembre de 2008

Las sombras



Ha escuchado de nuevo la frase, aquellas palabras que un día fueron arrojadas en un rincón del armario de su memoria como quien se olvida de su propia sombra. Está casi seguro de haberlas oído, muy cerca, susurradas tal vez por un fantasma a pocos centímetros de su oreja, cuando estaba a punto de hundirse en un sueño. Ha tenido que apartar ligeramente la cabeza de su mujer para incorporarse, desentumecer el cuerpo y de alguna forma autoconvencerse de que no ha sido ella quien la ha pronunciado en sueños. Ambos yacían en el sofá, enlazados frente al televisor, dormitando ante un late night en los instantes difusos que preceden a la ardua decisión de irse a la cama.
Se ha levantado y sin encender ninguna luz ha caminado por el pasillo que conduce al cuarto de baño, tanteando con las manos las paredes. Ha preferido orinar a oscuras y sentado, para no manchar la taza. Después ha evitado encontrarse con su silueta en el espejo.
De vuelta al salón, ha apagado la televisión y con el silencio su esposa se ha despertado. Despeinada, sujetándose al cuello su bata celeste, se ha puesto en pie y se ha encaminado hacia el dormitorio. Ha dicho: apaga ya la televisión, ¿quieres?, ó algo así.
Ahora el hombre está tumbado en la cama, en el techo tiemblan las sombras de las ramas de unos árboles del jardín. Es una forma abstracta y variable y dúctil que se puede transformar en cualquier cosa, en la imagen que dicten sus pensamientos, en el aula de Historia de una Universidad, en una playa a la que ambos fueron de excursión, en una habitación con un colchón en el suelo sobre una jarapa comprada en un Gran Bazar… El hombre medita sobre el recorrido de su vida y la intuye resbalando por el tiempo, con la inercia de una pastilla de jabón por una pista de hielo, un pasado veloz. Sabe que ya está todo hecho, que desde que los chicos se ha ido de casa tan sólo queda esperar, tan sólo resta flotar en ese estado de quimérica laxitud que trae consigo la jubilación. Le resulta curioso que en todo ese tiempo, por un descuido o más bien por una extraña indeterminación acerca de qué es “lo correcto” ó qué es lo “conveniente”, jamás hayan retomado, jamás hayan hecho un comentario acerca de aquella primera frase que ella pronunció la primera noche, junto al portal de la residencia de estudiantes, y que hoy, hace un rato, él ha vuelto a escuchar como si hubiera quedado flotando en el aire hasta el momento presente. La Frase.
Si me invitas a subir, te la chupo mientras te meto un dedo en el culo.
El hombre, por un instante, siente ganas de reír y de hecho lo hace, en silencio. Está tentado de despertar a su mujer y decir la frase en voz alta, aunque luego se imagina lo terrible que sería que ese bulto que yace a su lado bajo las sábanas, se diera en este preciso instante la vuelta y resultara no ser ella, sino otra mujer, una señora mayor, con otra cara muy diferente a la que él cree tener grabada en su cabeza.
Entonces siente un poco de miedo, pero luego, mientras se va quedando dormido, sufre una erección.

1 comentario:

Hongos dijo...

Veo que estás en forma...