jueves, 20 de noviembre de 2008

El mito de la dimensión Pi


Necesitamos historias. El bombardeo incesante de relatos que sufrimos desde nuestra infancia ha creado monstruos perfectos. Ahora ya no somos capaces de construir significados a partir de una simple imagen, parece que siempre necesitemos que algo más ocurra.
Cuando tenemos sed, nuestro cerebro no recrea la imagen de un simple vaso de agua, automáticamente construye un relato donde nuestros respectivos referentes se combinan ad hoc. Yo, por ejemplo, antes de ir a la nevera a por agua, siempre me imagino a mi héroe favorito, Eloim, el protagonista del juego Héroes de la dimensión Pi, arrastrándose por las ardientes arenas del planeta Tatuine. Después de fallecer su camallo por la picadura de una bicha venenosa, alcanza la cima de una gran duna tras la cual divisa un oasis en donde habita una comunidad de berebuinos nadadores.
Los relatos intentan revitalizar nuestras existencias anodinas, hasta enmascarar el sentimiento de hastío al que, de manera natural, debería conducirnos la banalidad de nuestros trabajos. Pero conmigo no lo consiguen, porque ya me harto de tantas historias y tengo muy claro que todo es una estrategia controlada por los poderes. ¿No os habéis dado cuenta de que los productos que consumimos siempre tienen una historia detrás? Los cereales de mi desayuno han sido elaborados a partir de la eclosión de un volcán de chocolate que inundó campos enteros de cultivo hasta que al fin Willie, el camionero de los cereales, los trajo hasta mi supermercado. Mis zapatos se van por la noche a recorrer la ciudad, ellos solos, y mantienen sensuales relaciones con otros zapatos de tacón de la misma marca, porque el confort, a los zapatos, les hace libres…
El Gobierno es la gran Sherezade. Nos engatusa utilizando todos los medios de comunicación a su alcance para distorsionar por completo la realidad. Los políticos ya no nos informan de las cuentas del estado, es más, mencionar ante la opinión pública una sola cifra, les castigaría sin duda alguna en las urnas. Por lo tanto se dedican a convocar ruedas de prensa para narrar historias perfectamente construidas que al fin y al cabo es lo que demanda la mayoría de los ciudadanos. Son historias estandarizadas, elaboradas por las oficinas de la sociedad general de autores del estado. Aborrezco a esos putos escritores funcionarios y a sus relatos tan correctos con puntos-de-giro-calculados-al-milímetro-para-activar-la-transformación-del-protagonista.
Al mediodía, el presidente se ha dirigido a la nación para contarnos esta bonita historia: María Teresa, la niña de familia humilde que gracias a la nueva ley de educación un día llegará a obtener un cargo importante en el gobierno popular.

- ¿No vais a inscribir a la niña en las clases de educación religiosa?- nos dice la vecina de al lado.
- Lo hemos pensando, pero ya sabes, mi marido es un poco cabezón.- contesta Sara, mi mujer, mirándome de reojo.
- Pues creo que deberíais hacerlo. Acuérdate de María Teresa.

Por la noche tengo una discusión con Sara acerca de lo de la educación de nuestra hija. Y todo por culpa de la jodida vecina. Le digo que no quiero que engañen a mi niña contándole macabras historias acerca de un individuo judío al que clavan en una cruz de madera. Le digo que precisamente fueron las religiones las primeras que inventaron el arte de la narrativa para el adoctrinamiento de imbéciles. Le digo que no todos somos iguales, que no todos necesitamos que nos cuenten fábulas para ser mejores personas.
Sara se queda mirándome con cara alucinada…
Para que me entienda, le cuento que un día el héroe Eloim escapará de la dimensión Pi, donde le tienen recluido los Amos del Universo y entonces verá como es el mundo real. En el mundo real no hay historias, nadie cuenta relatos, los hombres viven sus vidas sin ejemplarizar, viven, se reproducen y mueren libres. Punto. Las manzanas que nos comemos no tienen ninguna historia real, tan sólo son frutos colgados de una rama. Le cuento que tras haber visto la realidad, Eloim regresará a la dimensión Pi para rescatar a sus compañeros de cautiverio y… y que, por desgracia, ninguno le creerá, al menos si no les cuenta una historia acerca de cómo es el mundo real sin historias…
No sé, me siento muy confuso. Creo que no sé explicarme del todo.
Sara me da un beso en la frente y después me trae un vaso de agua. Yo se lo agradezco de veras.
Supongo que he tenido un mal día.
- ¿Por qué no te vas a la cama con la niña y le cuentas un cuento? Te está esperando.
Subo a la habitación de la niña y allí está, metida en su cama, esperándome con el libro entre sus bracitos. Esta noche quiere que le lea el cuento de “El patito feo”. Si no lo hago se va a enfadar conmigo.
Por suerte se queda dormida antes de llegar al final. Apago la luz y antes de marcharme miro por la ventana. Veo casi toda la ciudad entera desde aquí, más de diez mil edificios. Y dentro de ellos, millones de personas, todos esperando el momento oportuno para convertirse en personajes.
Eso es, quizás el problema no sean las historias, la cuestión es que YO debo convertirme en el protagonista de MI relato.
Sí, eso va a ser.

1 comentario:

Susana Guerrero dijo...

“La velocidad de las cosas es la aceleración que experimenta una simple vida en el momento exacto de convertirse en una historia digna de ser contada”… no es mío, es de R. Fresán. ¿Mi vida como un relato? Seguro. Desde por la mañana me cuento historias... y todo empezó cuando para comerme la papilla tenían que asegurarme que había un avión volando con forma de cuchara hacia mi boca. Muy Bien.