miércoles, 29 de octubre de 2008

El Kalahari

Dejó que sus ojos resbalaran por el contorno de la axila de Nora. Las dunas parecían vírgenes, totalmente lisas gracias a la crema protectora de los vientos. Tan solo el color de la arena de la piel y el color del cielo aplanando el espacio íntimo. Una voz omnisciente decía: en el desierto del Kalahari, la extrema temperatura puede doblegar las más férreas voluntades. Pensó que el desierto también podría reblandecer la percepción ó hacer que el tiempo se derritiera como un reloj surrealista.
Se arrastró por el vientre de ella en busca de un oasis, resbalando por los espejismos de un terreno curvo, sediento. Sin duda sería más viable encontrar agua en el sur, en un lugar donde brotara de las profundidades de la tierra.
Nora estiró los músculos y se fue despertando suavemente. Después subió el volumen del sonido del desierto. La punta de su lengua en el mando a distancia.
El paraíso no era más que un documental de la 2. A la hora de la siesta, el Kalahari y sus amables susurros, la voz cálida del locutor y los atardeceres de la pantalla de plasma coloreando sus cuerpos, cubriéndolos de paz y deseo.

lunes, 20 de octubre de 2008

Construyendo Europa


Estábamos en lo más alto, soldando vigas estructurales de acero, Elvis Lenin y yo. Construíamos el mayor edificio de Europa, éramos pura vanguardia.
Levanté la visera de mi casco y soplé ligeramente hasta que el rojo vivo se fue apagando. Después envié un silbido a Elvis y le hice la seña de almorzar. Recogí nuestras mochilas mientras él fijaba su eslinga de seguridad al cable guía y caminaba por la viga hacia mí con las manos en los bolsillos. Una gaviota que nos andaba vigilando desde el amanecer le seguía como si también fuera la hora de su almuerzo.
A los dos nos gustaba almorzar sentados en la viga, con nuestras piernas balanceándose. Él sacó una tartera con una plasta amarilla dentro, una especialidad andina de las suyas. Mi mujer me había puesto una lata de mejillones en la mochila, pero había olvidado incluir un abrelatas.
-Déjame tu Leatherman, please.
Elvis Lenin me pasó la herramienta pero no nos pusimos lo bastante de acuerdo y cayó al vacío. 240 gramos de aluminio anodizado, desde casi 300 metros de altura.
-Joder.
-Lo siento Elvis, te compraré otra.
-Lo peor es si le pega a alguien.
Ambos nos quedamos en silencio, buscando inútilmente un objeto que caía sobre la tierra. Por un instante tuve la visión de una persona con una herramienta empotrada en su cabeza.

La sombra de un avión recorrió la ciudad, una cruz desenfocada.
-¿Qué es lo peor que te ha pasado en la vida?- La pregunta me salió de repente, no sé muy bien por qué. Elvis Lenin permaneció un rato en silencio, supongo que buscando palabras justas.
-Cuando era niño, allí en La Paz, en mi barrio… a mi hermano mayor le comió la cara un perro.
No quise preguntar por más detalles, hay cosas que no resultan nada agradables de recordar. Miré la lata de mejillones cerrada y me acordé de mi mujer. Esa tarde nos habíamos propuesto ir al cine.
-¿Y a usted?- preguntó Elvis.
- En una ocasión estuve veinte días encerrado en una habitación vacía. Sólo tenía una bombilla siempre encendida y un gran espejo en una pared. Pasé tanto tiempo mirándome a mí mismo que llegué a pensar que éramos dos personas diferentes.
Seguimos los dos mirando al vacío. Una ráfaga de viento nos empujaba por la espalda. La gaviota se sacudió las plumas con un temblor, después emprendió el vuelo.

Elvis Lenin y yo, anclados a la viga de acero, construyendo el edificio más alto de Europa.

jueves, 16 de octubre de 2008

Personajes de ficción sobrevolando Madrid


Soy un personaje de ficción.
Lo supe mientras hacía el amor con Ada. Cuando estaba a punto de correrse, se puso la almohada en la cara y pronunció el nombre de otra persona. Por eso la maté. Siendo una ficción podía tomarme ese tipo de licencias.
Después de envolver su cuerpo en sábanas lo saqué al balcón. Me subí a la barandilla de un salto, fue bastante fácil a pesar de que el cadáver pesaba lo suyo. Luego salté y ambos volamos sobre la noche de Madrid como ángeles exploradores. Nos asomamos a las ventanas de los edificios más altos y vimos a gente durmiendo con los ojos abiertos, parecía que de alguna manera nos estuvieran esperando, quizás para confirmar que soñaban.
Cuando Ada está muerta prefiere que sea yo quien lleve la iniciativa así que tomé la decisión de ir a visitar al alcalde. Gallardón dormía solo, al menos esa noche. Se extrañó un poco al vernos, pero lo entendió todo cuando le dije que yo era una ficción. Es un tipo bastante inteligente cuando quiere. Lo que no me gustó demasiado fue la cara que puso cuando Ada le comentó su admiración por el arte de los soterramientos, quiero decir, que me pareció que de alguna manera estaba intentando ligar con ella. Por eso le maté, aunque después de estrangularle con el cable del reloj-despertador me arrepentí de no haberle practicado antes una trepanación. En el fondo me cae bien, por eso le voto.
Ada y yo nos marchamos de su casa y fuimos al centro. Jugamos al escondite con las estatuas de los reyes de la Plaza de Oriente y escuchamos una ópera para fantasmas sentados en la fila 13 del Teatro Real -me emocionan estas paradojas-.
Esa noche éramos como dos niños descubriendo la bondad de una nevera llena.
Buscamos sensaciones desconocidas en un par de after-hours donde Ada perdió las sábanas bailando y cuando ya volvíamos a casa en el metro os aseguro que iba un poco colocado. Me dio cierta vergüenza la manera con que todos esos trabajadores sudamericanos, africanos y ecuatorianos nos miraban. Supongo que sentían cierta envidia por no ser personajes de ficción, por tener que cumplir con un horario tan estricto y tan real, lejos de sus verdaderos hogares. Ada le dio el pecho a un senegalés y la leche contrastó con el tono de su piel.
Volvimos a la cama muy cansados. Antes de acostarnos de nuevo le dije a Ada que se gastara todo nuestro dinero en acciones de Lehman Brothers.
Mañana, cariño, ahora estoy muerta, dijo antes de quedarse frita.

viernes, 10 de octubre de 2008

Periodo minimalista


- Lo peor no es el disfraz de Picachu.
- ¿No?
- No. Lo que realmente me resulta extraño es tu elección.
- ¿Qué le pasa?
- No es apropiada.
- ¿No le gusta la música clásica?
- Si, pero esa no es la cuestión.
- Y, ¿cual es la cuestión?
- Que esto es un casting para Factor X.
- ¿Y?
- Que es sólo para música pop.
- Bueno…, lo mío es una versión muy pop.
- Ya, pero “El Mesías” de Haendel, no es una canción.
- ¿No?
- No…y además tiene partes orquestales y coros.
- Ya… también los hago, los tarareo.
- ¿Los tarareas?… muy bien. Sabes que si te dejo que la cantes, nos partiremos de risa y saldrás en todos los programas de zapping como el tío más friki. Eso es los que pretendes, ¿verdad?
- No, solo quiero triunfar en el mundo de la canción y que se me respete como artista.
- Ya, y te has vestido así, ¿para que se te respete?
- Me gusta Picachu, representa a ese espíritu de la contradicción inherente a todo buen artista. Es el complemento perfecto para cantar “El Mesías”. Trabajo para que los mitos clásicos pisen la Tierra y que se instalen en los seres de goma espuma de la cultura popular para reescribir los Grandes Temas de la Humanidad. Soy muy pop.
- Vale, vale…allá tú. Cántalo, anda, canta “El Mesías”.
- …
- … …
- … … …
- … … … … ¿y bien?
- He cambiado de opinión.
- ¿Qué te pasa ahora?
- Voy a cantar otra cosa.
- ¿Me estás tomando el pelo? Mira, hay más gente esperando, más de 500 solo para esta mañana. Tienes a los de producción, a los de sonido, a los peluqueros, al realizador, a los cámaras y hasta a la gente de catering…, todos pendientes de que comiences a cantar tu jodido “Mesías”. No puedes cambiar ahora de canción.
- Lo siento… estoy pasando por un periodo minimalista. No sería honesto.
- Minimalista... mira tío, canta lo que te dé la gana pero hazlo ya, por favor ¿quieres?
- Está bien. Voy a interpretar, para todos ustedes: el tema de John Cage, 4:33 .
- … …
- … … …
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jueves, 9 de octubre de 2008

Amor a los números

Hoy es mi cumpleaños.
Hace mil doscientos noventa y dos millones novecientos setenta y seis mil segundos que nací. Pero eso no es nada, comparado con los segundos contenidos en los cuatro mil quinientos millones de años de historia sobre la Tierra. Y mucho menos al lado de los trece mil setecientos millones de años de edad del Universo.
Calcular la vida en segundos es tan inútil como buscarte un grano en la espalda sin usar las manos o un espejo. La cifra resultante, por su extensión, siempre estará condenada al fracaso. Porque cuando la nombras, cambia. Por lo tanto, mi edad está regida por un Principio de Indeterminación digno del más justo encogimiento de hombros.
Hay otra cosa importante: la niebla provocada por una cifra tan larga, oculta la realidad. Hoy cumplo mil doscientos noventa y dos millones, novecientos setenta y seis mil cuatrocientos veinte segundos. ¿Es mucho ó es poco…?
Marcaré el seis, cero, siete, seis, ocho, dos, seis, nueve, siete, tres; tu número de teléfono.
Para contarte lo de mi amor por los números.