jueves, 4 de diciembre de 2008

¿De quién intenta escapar?

¿De qué o de quién huía Berta en su pesadilla?
No recuerda cual era el motivo que la impulsaba a correr desesperadamente, la amenaza que a punto estaba de alcanzarla. Corría descalza por las avenidas de una ciudad antigua, por amplios bulevares flanqueados por edificios de piedra de gigantescas proporciones. Recuerda haber doblado cien esquinas diferentes y siempre, daba igual en qué dirección se girara, todas las calles acababan finalizando en la misma gran pirámide. Tampoco olvida la luz intensa que saturaba todo el sueño, los rayos de un sol demasiado cercano.
Pero, ¿de quién intentaba escapar?
En la penumbra de su dormitorio, Berta aún sigue con el corazón acelerado, los ecos del agobio todavía golpean dentro de su pecho. Y es que todo parecía real, tan real como que ahora está tumbada en su cama. Por eso le resulta tan extraño no recordar cuál era el peligro. Tal vez su cerebro esté censurando dicha información, pero entonces, ¿cómo te puedes fiar de un órgano semejante, que hace lo que le viene en gana? De hecho, ¿puede estar segura de que realmente se encuentra tumbada en su cama?
Berta extiende el brazo y tantea sobre la mesilla hasta encontrar su teléfono móvil. Efectivamente, el aparato está justo en el sitio donde debía estar, lo cual es un alivio. El display reacciona a su tacto expulsando un agradable resplandor fosforescente.
Aún no son las cinco de la mañana, todavía faltan un par de horas para que suene el despertador.

¿No tienes sueño?
La voz de su amante ha sonado demasiado cercana. No se la esperaba. Por un momento hubiera jurado que esa noche estaba durmiendo sola.
En voz muy baja, Berta le dice al hombre que ha tenido una pesadilla. Pero él ya se ha dado la vuelta, así que sólo obtiene por respuesta la respiración pesada que precede a un ronquido.
Sí, está sola.

Las pesadillas le dan sed. Ha llegado el momento de reunir suficiente voluntad como para levantarse. Al pisar el suelo de baldosas nota como el frío muerde las plantas de sus pies.
Sale de la habitación y avanza por el pasillo, tanteando con las manos las paredes, con cuidado de no hacer ningún ruido. No quiere despertar a su hijo. Al chaval últimamente parece molestarle cualquier cosa, siempre contesta enfadado, vive en un estado continuo de irritación. Problemas de adolescente. Berta intenta esmerarse cada día para que las cosas funcionen bien, para que fluya la comunicación entre ellos, pero no siempre lo consigue. Quizás ya sea tarde para eso.
Ha llegado a la cocina y está a punto de abrir la nevera para sacar una botella de agua. Pero sabe que si lo hace la pesadilla continuará.
Simplemente, lo sabe.

Berta se asoma a la ventana de la cocina.
La ciudad está dormida aún, no hay tráfico, el tiempo parece congelado. Pero ahí abajo, en la plaza, hay una anciana rebuscando en un contenedor de basura.
La anciana se detiene y por un instante mira en dirección al edificio que tiene a su derecha, como si hubiera intuido una mirada, como si tuviera la certeza de que alguien la vigila desde una de esas ventanas. Pero allí no ve a nadie, todas las luces están apagadas.
Se da la vuelta y sigue revolviendo la basura, sacando desperdicios más allá de la nube de vaho que escapa por su boca desdentada. Hoy va a encontrar un tesoro, está segura. Su esperanza se rebela contra la injusticia de estar pasando tanto frío. Esta noche gélida le va a traer, sin duda, lo que más desea en la vida.
Al romper una de las bolsas de basura, encuentra en su interior la careta de plástico de un conejo feliz. Se la pone y sonríe debajo de la sonrisa del conejo. Es capaz de imaginarse su aspecto divertido.
Pero en la bolsa parece que hay algo más, también hay una caja de metal.
Es una caja rectangular. Tiene que agarrarla con ambas manos porque pesa demasiado, al menos para una anciana con cara de conejo feliz. En la tapa metálica hay un grabado, lo puede ver bien si lo inclina hacia la luz de una farola cercana. El grabado muestra la figura de una mujer que corre descalza en dirección a una pirámide, bajo los rayos de un gran sol que ocupaba toda la esquina superior derecha.
La anciana se arrodilla, apoya la caja en el suelo y hace fuerza con las uñas para abrirla. La tapa cede y del interior escapa un débil resplandor fosforescente. Dentro hay un gusano de luz, una pequeña luciérnaga que dobla tiernamente su abdomen luminoso…
¿Qué va a pasar cuando la anciana saque la lengua por el agujero de la boca de la careta de conejo y ponga allí la luciérnaga y se la trague?

Berta está a punto de abrir la puerta de la nevera.
Lo hace.

El sol cae a plomo sobre la ciudad de piedra. Berta abre los ojos y sus pupilas tardan unos segundos en adaptarse a semejante baño de luz. Mira a su alrededor.
Edificios imponentes en ruinas forman un círculo. Está sola, en el centro de una plaza inmensa. Está sola y sin embargo tiene la sensación de que algo ó alguien aparecerá muy pronto, y eso es lo que le da tanto miedo.
Así pues, echa a correr, corre por una gran avenida. Sus pies descalzos a veces pisan guijarros pero ella no siente dolor alguno, porque sólo hay una idea en su cerebro: escapar. Al final de la avenida puede ver la imponente figura de una gran pirámide. Hacia allí se dirige.
Extenuada, se detiene para recuperar fuerzas y es en ese preciso instante cuando se da media vuelta y mira hacia atrás. Entonces lo ve. Ahora sabe por fin cuál es la amenaza.
Una persona con cara de conejo la está persiguiendo.

jueves, 20 de noviembre de 2008

El mito de la dimensión Pi


Necesitamos historias. El bombardeo incesante de relatos que sufrimos desde nuestra infancia ha creado monstruos perfectos. Ahora ya no somos capaces de construir significados a partir de una simple imagen, parece que siempre necesitemos que algo más ocurra.
Cuando tenemos sed, nuestro cerebro no recrea la imagen de un simple vaso de agua, automáticamente construye un relato donde nuestros respectivos referentes se combinan ad hoc. Yo, por ejemplo, antes de ir a la nevera a por agua, siempre me imagino a mi héroe favorito, Eloim, el protagonista del juego Héroes de la dimensión Pi, arrastrándose por las ardientes arenas del planeta Tatuine. Después de fallecer su camallo por la picadura de una bicha venenosa, alcanza la cima de una gran duna tras la cual divisa un oasis en donde habita una comunidad de berebuinos nadadores.
Los relatos intentan revitalizar nuestras existencias anodinas, hasta enmascarar el sentimiento de hastío al que, de manera natural, debería conducirnos la banalidad de nuestros trabajos. Pero conmigo no lo consiguen, porque ya me harto de tantas historias y tengo muy claro que todo es una estrategia controlada por los poderes. ¿No os habéis dado cuenta de que los productos que consumimos siempre tienen una historia detrás? Los cereales de mi desayuno han sido elaborados a partir de la eclosión de un volcán de chocolate que inundó campos enteros de cultivo hasta que al fin Willie, el camionero de los cereales, los trajo hasta mi supermercado. Mis zapatos se van por la noche a recorrer la ciudad, ellos solos, y mantienen sensuales relaciones con otros zapatos de tacón de la misma marca, porque el confort, a los zapatos, les hace libres…
El Gobierno es la gran Sherezade. Nos engatusa utilizando todos los medios de comunicación a su alcance para distorsionar por completo la realidad. Los políticos ya no nos informan de las cuentas del estado, es más, mencionar ante la opinión pública una sola cifra, les castigaría sin duda alguna en las urnas. Por lo tanto se dedican a convocar ruedas de prensa para narrar historias perfectamente construidas que al fin y al cabo es lo que demanda la mayoría de los ciudadanos. Son historias estandarizadas, elaboradas por las oficinas de la sociedad general de autores del estado. Aborrezco a esos putos escritores funcionarios y a sus relatos tan correctos con puntos-de-giro-calculados-al-milímetro-para-activar-la-transformación-del-protagonista.
Al mediodía, el presidente se ha dirigido a la nación para contarnos esta bonita historia: María Teresa, la niña de familia humilde que gracias a la nueva ley de educación un día llegará a obtener un cargo importante en el gobierno popular.

- ¿No vais a inscribir a la niña en las clases de educación religiosa?- nos dice la vecina de al lado.
- Lo hemos pensando, pero ya sabes, mi marido es un poco cabezón.- contesta Sara, mi mujer, mirándome de reojo.
- Pues creo que deberíais hacerlo. Acuérdate de María Teresa.

Por la noche tengo una discusión con Sara acerca de lo de la educación de nuestra hija. Y todo por culpa de la jodida vecina. Le digo que no quiero que engañen a mi niña contándole macabras historias acerca de un individuo judío al que clavan en una cruz de madera. Le digo que precisamente fueron las religiones las primeras que inventaron el arte de la narrativa para el adoctrinamiento de imbéciles. Le digo que no todos somos iguales, que no todos necesitamos que nos cuenten fábulas para ser mejores personas.
Sara se queda mirándome con cara alucinada…
Para que me entienda, le cuento que un día el héroe Eloim escapará de la dimensión Pi, donde le tienen recluido los Amos del Universo y entonces verá como es el mundo real. En el mundo real no hay historias, nadie cuenta relatos, los hombres viven sus vidas sin ejemplarizar, viven, se reproducen y mueren libres. Punto. Las manzanas que nos comemos no tienen ninguna historia real, tan sólo son frutos colgados de una rama. Le cuento que tras haber visto la realidad, Eloim regresará a la dimensión Pi para rescatar a sus compañeros de cautiverio y… y que, por desgracia, ninguno le creerá, al menos si no les cuenta una historia acerca de cómo es el mundo real sin historias…
No sé, me siento muy confuso. Creo que no sé explicarme del todo.
Sara me da un beso en la frente y después me trae un vaso de agua. Yo se lo agradezco de veras.
Supongo que he tenido un mal día.
- ¿Por qué no te vas a la cama con la niña y le cuentas un cuento? Te está esperando.
Subo a la habitación de la niña y allí está, metida en su cama, esperándome con el libro entre sus bracitos. Esta noche quiere que le lea el cuento de “El patito feo”. Si no lo hago se va a enfadar conmigo.
Por suerte se queda dormida antes de llegar al final. Apago la luz y antes de marcharme miro por la ventana. Veo casi toda la ciudad entera desde aquí, más de diez mil edificios. Y dentro de ellos, millones de personas, todos esperando el momento oportuno para convertirse en personajes.
Eso es, quizás el problema no sean las historias, la cuestión es que YO debo convertirme en el protagonista de MI relato.
Sí, eso va a ser.

martes, 18 de noviembre de 2008

Futuro tóxico

Una mujer y un hombre caminan por una avenida solitaria. A cuatro metros de altura, por encima de sus cabezas, cuelgan palabras escritas con serpentinas de luz: Paz en la Tierra, Feliz Año... Una capa de niebla del mismo color que las palabras desciende sobre ellos delimitando el mundo visible. Sus pasos rebotan contra paredes de edificios ocultos y es como si una copia de ellos mismos caminara por una calle paralela.
En los márgenes del paseo hay pilas de cartón bajo las cuales, seguramente, yacen hombres oscuros y semicongelados. Amenazas.
El hombre está alerta, va mirando de reojo los cartones, vigila. A cada paso se va arrimando más a la mujer, hasta que al fin la toma del brazo en un gesto protector.
-Mucho mejor- dice ella, y se inclina sutilmente hacia él, pero sin sacar las manos de los bolsillos del abrigo.
Un gato negro se cruza por delante de ellos.
Ambos se acaban de conocer, hace menos de una hora, poco antes de salir de la fiesta de fin de año. El hombre se comprometió a acompañarla a casa porque un amigo común se lo ha pedido. Por lo tanto siente que, en cierto modo, ha adquirido una responsabilidad y a pesar de llevar en la sangre un amplio surtido de sustancias estimulantes -todas ellas consumidas durante la fiesta-, mantiene con orgullo su roll de caballero protector. Está seguro de que nada malo ocurrirá en esta noche oscura, porque no va a cortarse a la hora de golpear con todas sus fuerzas a cualquiera que se acerque a ellos. Sacudirá al intruso antes de que pueda articular palabra y echarán a correr… si a ella se lo permiten los tacones. O mejor, reducirá al delincuente y cuando ya le tenga en el suelo con el brazo retorcido y la nariz chorreando sangre, pedirá a la chica que utilice su teléfono para llamar a la policía.
Si no ocurre nada antes de llegar a su portal, tal vez ella le invite a subir a tomar algo. Sería una buena manera de comenzar el año, todo un triunfo. Observará los títulos de sus libros en la estantería del salón como si le importaran y tal vez elija él mismo algún disco adecuado para dar un toque de ambiente. Ella regresará de la cocina con dos vasos con hielo y una botella, encenderá unas velas y le servirá una copa. En cuanto les haga efecto la pastilla, ya le estará bajando la cremallera del vestido.
¿De qué color es su vestido? No lo recuerda porque a decir verdad no se ha fijado en ella en toda la noche. Había decenas de mujeres bailando en la fiesta, todas cubiertas de elegantes telas, entrando y saliendo de un túnel de humo y láser mientras 40.000 watios de música sincronizaban sus corazones…
Feliz noche.
Fóllatela.

A cuatro metros por encima de sus cabezas se pierde el último cartel luminoso. Giran a la izquierda y toman una calle más estrecha, esta vez iluminada por una estrella de cinco puntas.
- Estamos llegando- dice la mujer.
- Tengo sed- dice el hombre.
Un gato negro se cruza por delante de ellos.
La mujer se inclina hacia él hasta posar la cabeza en su hombro. Y sonríe.
Ha pasado la noche entera entrando y saliendo del túnel de humo y láser, ignorando las miradas que hombres y mujeres lanzaban a sus curvas perfectamente ajustadas bajo el vestido de terciopelo rojo, bailando como una posesa, sintiendo en su vientre vacío los golpes generados por los potentes subwoofers del equipo de sonido. No fue difícil encontrar un hombre que la acompañara a casa al finalizar la fiesta, bastó con preguntar a algún conocido.
Cuando lleguen al portal, le invitará a subir. Seguro que al principio le costará adaptarse a una casa sin muebles, pero está claro que enseguida accederá a tumbarse sobre la alfombra. Después verán juntos el amanecer y reirán observando como el sapo Aleister intenta respirar dentro de un preservativo, deformando el espacio de látex como un niño deforme atrapado dentro de una placenta tóxica.
Casi han llegado. Al doblar la última esquina ya no quedan palabras, ni estrellas brillantes que iluminen el callejón.
El año acaba de empezar y delante de ellos tan solo está la niebla y un largo futuro juntos.

jueves, 6 de noviembre de 2008

¡El travelling, por Dios, el travelling!


Un sexo depilado que no parece estar lo suficientemente húmedo como para ser acariciado por ese dedo de uña tan larga y bien recortada, pintada con laca blanca. El zoom de la cámara que retrocede reduciendo el sexo para que aparezca el resto de Tatiana ofreciendo su producto. Tatiana perfectamente desnuda, las piernas en forma de M, sobre una cama con un edredón azul estampado con 101 dálmatas adorables, un rollo de papel higiénico, un peluche y un icono de la Virgen sobre la mesilla. Tatiana lleva un auricular y un micrófono de diadema y está hablando con alguien, pero no con Luigi que tiene 15 años y una contraseña para entrar en ciertas páginas web. Luigi, que está frente al ordenador, con sus espinillas alteradas, sentado en una butaca giratoria en la postura del piloto de helicópteros. La página de Tatiana está memorizada en primera posición de Mis Favoritos y basta con un clic para que ella se manifieste. Luigi está más enamorado de Tatiana que de cualquier chica de su instituto, la realidad es una amenaza para él. En poco tiempo una ola de calor sacude su cuerpo y sus mejillas se sonrojan a punto de perder el control del helicóptero. Si ésta no fuera una de tantas veces, no se habría olvidado de cerrar bien la puerta de la habitación. Su madre que se asoma y ve el respaldo del asiento, y un movimiento constante de su hijo que no deja lugar a dudas, sobre todo ante la imagen de Tatiana desnuda en la pantalla. La madre no dice nada porque está más avergonzada que ofendida y por nada del mundo quisiera que su hijo la sorprendiera en el acto de mirar como se masturba. Se marcha al salón, evitando hacer ruido con sus pasos, pisando el entarimado como si avanzara por una delgada capa de hielo, pensando que quizás haya un momento adecuado para hablar con Luigi acerca de lo sucedido, tal vez el fin de semana ó durante los próximos años ó en su lecho de muerte. La madre se llama Berta y se sienta junto al ventanal del salón para contemplar una ciudad desesperante, que debería proporcionar mucho más de lo que ofrece. Una ciudad del siglo pasado en la que los vagones del metro pasan a la altura de las ventanas y el aire transporta partículas cancerígenas de CO2 y un aroma a hierro candente. Un pasajero observa la cara pensativa de Berta tras el cristal de la ventana del vagón y si afinara muy bien la vista hasta podría llegar a ver el resplandor del monitor en la habitación de Luigi, al fondo del pasillo. El pasajero va pensando en algo referente a la memoria y la cara absorta de esa mujer resulta ser una coincidencia metafórica y subliminal, tal vez el reflejo de su propia desolación. El pasajero se llama Tomás y va a visitar a su padre recluido en una residencia, pero aún no tiene conciencia de que se ha pasado un par de estaciones. Tomás lleva un periódico de tirada gratuita sobre las piernas y en la portada se ve a un joven con una raqueta en la mano y debajo un titular: COLAPSO. Al parecer, el tenista, cuyo nombre es Máximo, no fue capaz de sacar la última bola, la definitiva, la que le daba la victoria en la final de Wimbledon. Se desconocen los motivos que provocaron que nunca llegara a ejecutar dicho saque. Ha sido internado en un hospital, está sedado y permanece en observación. La mujer que vigila las constantes vitales de Máximo es la enfermera-jefe del turno de la mañana y se llama Gladis, aunque en esencia no es una mujer, pero esto último es un secreto estrictamente guardado. Gladis toma nota del pulso del chico y siente lástima. Coge su mano derecha -en la izquierda aún sigue aferrada la match-ball- y se la pasa por su propio rostro imaginando que recibe una caricia de él, compartiendo su compasión y su necesidad con el joven sedado, Máximo, con un cerebro en hibernación al que esperan cientos de periodistas para informar a todo un país y a todo el mundo sobre las causas de la pérdida de conciencia de su ídolo y así, reconstruir una historia a base de titulares sobre la desgracia humana, palabras mayúsculas al fin y al cabo, que le encumbrarán aún más que si hubiese ganado ese partido. Uno de esos periodistas se ha disfrazado de enfermero y ha burlado los controles del hospital. Ahora se está asomando a la puerta de la habitación y sorprende a Gladis acariciándose con la mano del tenista. Saca la foto perfecta. Gladis mañana formará parte de una portada junto al ídolo que ocupa el mismísimo centro de la actualidad. Sus secretos pronto estarán disponibles para el consumo comunitario. El periodista que ha hecho la foto se llama Marcelino y casualmente es el hermano menor de Berta, tío de Luigi. Marcelino sale del hospital ocultando su cámara bajo el disfraz de enfermero y atraviesa el parking con una expresión victoriosa porque sabe que la fotografía que transporta es el golpe de suerte que necesitaba para, no solo no ser despedido de la redacción de esa mierda de periódico gratuito, sino que puede ser la credencial definitiva para ser fichado por El País. Está tan ensimismado construyendo un cuento de la lechera, en el que se concatenan una serie de eventos que irremisiblemente le llevan al éxito, que no repara en una motocicleta de alta cilindrada que se le acerca por detrás. El conductor intenta arrebatarle la cámara de un tirón y Marcelino no la suelta, siendo arrastrado por el cemento antideslizante del parking durante más de cincuenta metros, hasta que sale despedido y empotra su cabeza en el cristal de la ventanilla de un coche Audi A5, perteneciente al director del hospital. El conductor de la moto se da a la fuga con la cámara, escapa a toda velocidad atravesando avenidas llenas de coches. Acelera porque ha visto un coche de policía a la salida del parking y, sin duda, también se han percatado de como el periodista se empotraba contra el A5. Le persiguen, porque puede escuchar la sirena aullando tras él y es una gran putada porque la moto es robada, bueno, en realidad se la ha cogido a su padre, al cual no le gustará para nada verse involucrado en un problema con la policía, un asunto tal vez insignificante pero que podría sacar a la luz, si alguien sabe tirar bien del hilo, su red de prostitución de menores rusos en páginas web. Así que el motorista, que se llama Boris, acelera más y más y huye atravesando la ciudad, perseguido por un par de lecheras que se han unido a la fiesta -vete a tú a saber de dónde han salido-, saltándose semáforos y direcciones prohibidas hasta llegar a una calle que ha sido cortada por el rodaje de una película llamada “La mariposa y el filósofo”. Ante la imposibilidad de avanzar, Boris deja tirada la moto y continúa a pié. En plena fuga, para no enmarronarse más, lanza la maldita cámara de fotos junto a unos hierros que hay tirados en el suelo. Dichos hierros no son unos hierros cualquiera sino los raíles de un travelling, indispensables para la escena que se está rodando de la película anteriormente citada y provocará que las ruedas del vagón donde va la cámara de cine se atasquen –reventando la cámara de fotos- y el director de la película, que se llama Darren Aronofsky, grite como un poseso enloquecido: El travelling, ¡por Dios!, el travelling ¿Qué está pasando con el puto travelling? (aunque eso lo gritará en inglés) y acto seguido, informado de que todo se debe a un problema técnico relacionado con un objeto que ha obstruido los raíles, se retire a su caravana, visiblemente enfadado porque su largo plano secuencia se ha ido a la mierda de nuevo y hasta se llegue a plantear los motivos por los cuales aceptó trabajar en una coproducción y si no sería mejor cambiar el título de la película por algo así como “Perdidos en el caos”.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Relato de amor hiperberebere

Mi amor: me encantaron los diecisiete amaneceres que ayer contemplamos juntos.
Vuelve pronto ¿quieres?
Cuando tú no estás, la Soyuz-1 me parece inmensa.

martes, 4 de noviembre de 2008

Metamorfosis de una teoría (1)

Un filósofo chino pasó toda su vida sin saber a ciencia cierta si era un filósofo que soñaba con una mariposa ó acaso una mariposa que soñaba con ser el filósofo que soñaba que la mariposa agitaba sus alas en Pekín y provocaba una onírica tormenta sobre el propio filósofo chino en lo que podríamos llamar metamorfosis ideal de las teorías basadas en mariposas que sueñan con filósofos chinos que sin remedio acaban mojados y/o camino del psiquiátrico.

miércoles, 29 de octubre de 2008

El Kalahari

Dejó que sus ojos resbalaran por el contorno de la axila de Nora. Las dunas parecían vírgenes, totalmente lisas gracias a la crema protectora de los vientos. Tan solo el color de la arena de la piel y el color del cielo aplanando el espacio íntimo. Una voz omnisciente decía: en el desierto del Kalahari, la extrema temperatura puede doblegar las más férreas voluntades. Pensó que el desierto también podría reblandecer la percepción ó hacer que el tiempo se derritiera como un reloj surrealista.
Se arrastró por el vientre de ella en busca de un oasis, resbalando por los espejismos de un terreno curvo, sediento. Sin duda sería más viable encontrar agua en el sur, en un lugar donde brotara de las profundidades de la tierra.
Nora estiró los músculos y se fue despertando suavemente. Después subió el volumen del sonido del desierto. La punta de su lengua en el mando a distancia.
El paraíso no era más que un documental de la 2. A la hora de la siesta, el Kalahari y sus amables susurros, la voz cálida del locutor y los atardeceres de la pantalla de plasma coloreando sus cuerpos, cubriéndolos de paz y deseo.