jueves, 25 de septiembre de 2008

Máximo ó el punto final (¿Primera parte?)


6-4; 7-5; 5-4.
40 a nada y sirves para ganar el partido.
Estás a un paso de culminar el mayor sueño, a punto de alcanzar La Gloria, ese estado de autorrealización pública que te colocará en un peldaño por encima de todos los demás, que te consagrará para siempre, alzándote al Olimpo de los cromos infantiles y los beneficios superiores al millón de euros, sin contar derechos publicitarios. Rozas con la punta de los dedos tu leit motiv, el objetivo que has perseguido desde siempre, durante toda tu vida, desde que eras un renacuajo y tenías que usar las dos manos para levantar la raqueta del suelo.
Elije la mejor pelota, la que aparenta tener mayor presión y menor desgaste, para que alcance la más alta velocidad en el saque. Va a ser la bola definitiva, un auténtico cometa recorriendo el espacio hasta la cancha del contrario. Puedes desechar todas las demás, puedes dejarlas rodar por la pista para que el recogepelotas haga su trabajo.

Ahí viene, ¿recuerdas cuando tú lo hacías? No habías cumplido los doce y otro tenista consagrado te hizo el mismo gesto que tú acabas de hacer ahora, guiñarte un ojo como diciéndote a ti y sólo a ti: el partido es nuestro. Acabas de completar un ciclo con este gesto, con esa aptitud de los dioses benignos.
Posiciona tus pies junto a la línea y bota la bola. Al otro lado de la red, tu rival parece tan acabado que ya ni siquiera se balancea para mantener sus reflejos alerta. Tan solo está agachado ligeramente, flexionando las rodillas y apoyando el aro de la raqueta en su mano izquierda en una pose de rigor, para mantener su dignidad derrotada ante las 15.000 personas que llenan la pista central. Ya no hay esperanza para él.
¿Dónde la vas a colocar?, ¿buscarás un saque directo a la cruceta ó más abierto y liftado? La segunda opción te dará la oportunidad de conseguir un tanto más vistoso. Vamos allá.

Alguien grita tu nombre justo en el momento en que vas a lanzar al aire la pelota, y te detienes. El juez de silla pide silencio y se escucha un murmullo, los comentarios caóticos del público. Es natural, están deseando explotar de alegría, se han entregado durante casi dos horas a tu juego y su tensión ha creado un campo de energía, un subconsciente colectivo que te ha empujado al éxito provocando resonancias positivas en cada célula de tus músculos. Están esperando que sacrifiques al rival, se lo debes.
Mientras recuperas la posición de saque, el realizador de televisión ofrece planos explícitos del cantante famoso, de la modelo famosa, del presidente del gobierno presto a posar junto a tu éxito para compartirlo, del príncipe y la princesa justificando su imagen con sus manos entrelazadas, de tu madre, de tu padre, de tu abuelo medio dormido y del propio tenista que un día te guiñó un ojo. Todos están ahí, pero también millones de personas más, lejanas entidades con tazas de café en sus manos, en sus casas ó en un bar, que han compartido tu esfuerzo sin sudar una gota, pero sumando energía. Seres anónimos que jamás alcanzarán esa Gloria que tu acaricias pero que al menos la intuirán reflejada en tu llanto victorioso, porque el olor está formado por moléculas que el aire arrebata de un manjar y las transporta hasta las narices más hambrientas en un bello gesto democrático. Millones de personas en sus hogares, sin nombre y sin embargo cuantificadas de manera misteriosa por las insondables empresas que datan el share. Todos están esperando, esperando a que saques, ya.

Y entre todo ese gentío estoy yo, pero en otro plano -dudo mucho que se me pueda contabilizar-, y desde este plano, del cual no voy a hablar por el momento, sé exactamente lo que está pasando ahora mismo por tu cabeza. Sé bien lo que está ocurriendo ahí dentro, mientras tu rival le hace señas al juez de silla y protesta porque estás tardando demasiado y el público le increpa por agarrarse a un clavo ardiendo y se escuchan nuevos murmullos y el juez te amonesta verbalmente y tú ni le miras, porque sigues manteniendo esa posición de saque que ya comienza a perder su cualidad estética porque está congelada en un contexto que exige ante todo acción. Realmente tu pensamiento está en otro lado y no es el sabor de una magdalena, que también podría ser, lo que te ha conducido a un exilio temporal del momento presente, el desencadenante, el punto de giro es una imagen que se acaba de colar en tu cerebro, como un virus informático.

La imagen corresponde a un rostro lejano, casi olvidado hasta hoy, casi, la cara de luna llena de un chaval obeso, la expresión medio imbécil de un niño que comenzó a jugar al tenis contigo, la desgracia humana que un día se llamó Máximo, que un día fui yo.
El juez de silla le otorga un punto a tu rival, 40-15 y tú ni te inmutas, sigues en la misma posición de piedra. La gente espera a que saques y comienzas a crearles inquietud, ansiedad… El realizador no sabe si pasar a publicidad, ¿para cuándo el final?, ¿qué está pasando?, ¿que coño hace ese tío?... el juez de pista detiene el partido y solicita los servicios de un médico de la federación internacional para que examine tu pasmo in situ... publicidad, ostias, vamos a publicidad, ya...

2 comentarios:

Carlos Rivero dijo...

¿Para cuando la segunda parte?

Javier Sales Melgarejo dijo...

Como la escritura de todos estos relatos es tan instantanea, -cosa que me encanta porque creo que así ganan en frescura-, no tengo demasiado claro a donde quiero ir con ellos. Además, el problema es que las entradas muy largas echan para atrás a los lectores de un blog. Esto me está dando una visión diferente de las cosas, y me gusta. Máximo volverá más adelante, introduciéndose en otra historia, de momento dejemos al tío paralizado en el saque en plena final. Vamos, que en realidad este blog se debería llamar ZAPPING ó algo así. Gracias por tus comentarios Cabezacubo. ¿Nos vemos el martes?